París no se acaba nunca. La frase no es mía, así que fiaros de ella. La he sacado de Enrique Vila -Matas, que a su vez la tomó prestada de Hemingway y Ernest, de sus años locos en París.
"París no se acaba nunca" no es sólo una frase, es el título del libro que me ha acompañado antes, durante y después de mis seis días y medio en la capital de Francia. El libro ha sido uno de los pocos aciertos de mis últimas semanas porque me ha ayudado mucho. Es un relato sobre dos años en la vida del autor (Vila-Matas), sobre el arte y la dificultad de escrbir, sobre las amistades de juventud y, sobre todo, sobre París. Sobre el París perdido y presente, sobre sus cafeterias, sus calles escondidas y sus secretos invisibles. Una maravillosa introducción más allá de las tópicas (pero necesarias) guías.
Y con este libro bajo el brazo y un viaje ya terminado, me pongo a escribir esto: algo parecido a un diario personal y transferible basado en notas que he escrito y recuerdos que he guardado durante mi semana en París.¿Por qué escribo lo que me ha pasado en París? Cien motivos y ninguno. Lo hago porque me apetece, lo hago para quien quiera leerme, para quien tenga el valor de entreterse con mis andanzas francesas. Y lo hago porque creo que París merece ser escrita por todo el que la ve, porque hay tantos Parises como ojos que pasan por ella, como pies que pisan sus calles. Lo hago por mí.
DÍA 13 DE AGOSTO-LUNES.
Acabo el día en Madrid, en casa de mi tío. A las 6 de tarde me recoge mi primo ofreciéndome así la primera experiencia del viaje: ir por Madrid en coche de policía, con la sirena puesta y viendo lo que hasta entonces sólo he podido ver desde la acera: decenas de coches cediéndonos la carretera con respeto y rapidez.
Ceno montaditos con mi tío, mi primo y su novia y me preparo para mañana, donde me espera el laberinto de la T-4 y la France. Veremos.
DÍA 14 DE AGOSTO- MARTES.
Ya estoy en París. Nada menos. Una ciudad tomada por turistas españoles, chinos, americanos, alemanes. El mundo vive en París.
El avión ha llegado sin retraso y la espectacular T-4 no ha sido tan ogro como lo pintaban. Tampoco ha ido mal la llegada a París y mi transporte hacia el hotel: mitad en bus, mitad en metro, previa compra de un paquete de diez vales de metro por poco menos de 12 euros.
Antes de la 1 de la tarde ya estoy en la habitación del hotel. Habitación con alma de caja de cerillas, pero con cama y ventanas, el resto es secundario. Dejo la maleta, me pego una ducha y antes de salir a patear la ciudad, pienso en quien la ha pateado antes. Me vienen a la cabeza nombres como Cortazar, Truffaut, Victor Hugo, Picasso, Buñuel, Oscar Wilde…Así cualquiera sale a la calle con la cabeza alta.Y salgo. Y empiezo por lo que primero me encuentro tras andar unos minutos: La Ópera Garnier, famosa por su tamaño, su fachada y su historia. Fotos de rigor y a seguir caminado hasta La Madeleine, iglesia francesa con vocación de griega que por fuera impresiona más que por dentro. Aunque dentro se realizaron los funerales por Chopin. Me compro un bocadillo y un botellín de agua, soy testigo del primer robo del viaje( París no es cara, es carísima, salvo excepciones que contaré) y sentado en un banco como y bebo con ella, La Madeleine, delante.
Delante La Madeleine, a los lados, por todos lados, cafeterias. Primera imágen que me dice que estoy en París. Los parisienses aman las cafeterias, aman sentarse mirado a la calle, sin darle la espalda, porque las calles de esta ciudad no son sólo para pisarlas, sino para mirarlas, a ellas y a sus gentes.
Con la tripa y las ganas llenas, empiezo la caminata del año. Quien haya estado en París y lea lo que ahora leerá, entenderá a qué me refiero. Empiezo por la Plaza Vendome, con las tiendas de ropa más caras inimaginanles. Por no hablar de hoteles.Voy a la Plaza de la Concorde, tan ancha como imponente, con su obelisco egipcio coronándola y sus vistas inolvidables. Acojona pensar que en un lugar tan bonita cortaron la cabeza , durante la Revolución, a unas 1500 personas (Luis XV y María Antonieta incluidos). La plaza debería llamarse Centro Mundial del Guillotinero, pero no se atreven.
Desde Concorde enfilo los Campos Eliseos, paseo obligatorio donde no es dificil imaginarse a Indurain, vestido de amarillo, corriendo y ganando por allí.
Los Eliseos se dividen en dos. Una primera parte perfecta para caminar con tranquilidad, entre árboles y bancos, y una segunda bañada de restaurantes de lujo( entrantes a 50 euros, lo he visto), concesionarios de coches, cines, cafeterias ladronas( un botellín de agua, 7 euros, lo he visto también), etc.
Sólo el hecho de ver a la gente andando y el trajín de un caos organizado merece el paseo, y más si al final te espera el Arco del Triunfo. Inmenso, rotundo. Se empezó a hacer a mayor gloria de las victorias de Napoleón,pero Napoleón murió y el Arco, sin terminar. Y se acabó la obra, para que el mundo viera en forma de monumento sus hazañas bélicas, el poder francés. Por cierto, el emperador no se olvidó de dedicar toda una pared (si se puede llamar así) del Arco a sus decenas de victorias en España. Miro hacia arriba y quiero subir, pero prefiero hacerlo otro día, así que, hecho una última mirada(una de miles) al A. del Triunfo y de nuevo enfilo los Eliseos hacia Concorde. Desde ahí tomo la Rue Rivoli, con hoteles de lujo mezclados con tiendas de souvenirs. A la izquierda, el Louvre, el Palacio Real. A la derecha, el Sena…
Y es aquí donde debo aclarar una cosa. El Sena no es un río, que no os engañen. El Sena es un corazón con forma de río. Os diré más: El Sena es un corazón de sangre verde y alma tranquila y vieja. Del Sena sale todo en París, porque del Sena nació París. El Sena ha visto en sus orillas y durante siglos lo que pocos ríos en el mundo pueden ver. Notre-Dame se ha construido acariciando el Sena, y junto a él se ha transformado un palacio en museo y el museo en el Louvre. El Sena ve a puentes que tratan de cubrirlo, ve a parejas que pasean con el rumor de su caudal, ve a una ciudad que ha sido romana, gloriosa, brutal, revolucionaria, sangrienta y artística. Y el Sena, sobre todo, ve sobre su lomo los más bonitos atardeceres posibles.
Doy al corazón en forma de río la importancia que tiene, porque la ha tenido en mi viaje. No ha habido día que no haya caminado a su lado. No hay día que no lo haya mirado con envidia.Por lo que ha contemplado. Por lo que contemplará.
Pero volviendo a la Rue Rivoli…camino y camino por ella hasta llegar al Palacio Real, inaccesible por dentro más que por algunos Ministerios, que lo ha tomado como propio. Lo que sí se puede y se debe hacer en sentarse en un parque central, aunque llueva como llueve hoy.
Cuatro cosas hay en París en cantidades insospechadas: Iglesias (París será laica, pero bien vale una misa), cafeterias, crepes y parques. Lo digo ahora pero lo vereis después.
Diserción a un lado, del Palacio Real, con la lluvia a cuestas, decido volver al hotel. ¿Cómo?Andando, con dos inconscientes cojones. Me siento Rambo porque no siento las piernas, compro un sandwich, me lo meto en la mochila y ceno en la habitación mientras veo en la tele que en Francia hacen Camera Café con argumentos, gestos y situaciones calcadas al español. Al rato leo un rato el libro que dice, y ahora lo voy confirmando, que París no se acaba nunca y me duermo, que mañana toca más, y quizás mejor.
Contiuará…