Con dos meses de retraso retomo mi diario parisino…Cojo la libreta, miro las tres o cuatro anotaciones e intento transportarme a ese día que parte Agosto en dos…Veamos que recuerdo, veamos que me callo…
Empieza el día 15 de Agosto muy pronto…Me ducho escuchando a mis pies el metro cargado de trabajadores y desayuno pensando en como irá mi primer día completo en París. Y al salir del hotel, con las 8 en mi reloj, noto que la ciudad me habla. Será la emoción o las pocas horas de sueño, pero París me habla sin abrir la boca. Su suelo encharcado me dice que ha llovido. Su cielo, sorprendentemente transparente, me dice que no lloverá…de momento. Ese “de momento” me suena extraño. Tengo suerte de que mi plan de hoy comienza en el Louvre(pronúnciese Luv). Y hacia allá voy…Decido ir andando porque es pronto. Camino respirando el aire y con el cruasán bajando por mi garganta y unos 20 minutos después ya estoy junto a la Pirámide que corona el museo más grande del mundo. Hubo quien criticó la construcción de esta pirámide, acusándola de romper la armonía, de ser inútil…pero a mí se me hace difícil pensar en una entrada mejor para un edificio que homenajea a la Historia. También criticaron la Torre Eiffel y ahí está…
Decía que estaba junto a la Pirámide. Cuando llego ya hay unas 60 personas que se me han adelantado. El museo abre a las 9 y al poco de abrir el número de individuos que hacen cola supera los 300. Empieza a gotear(el cielo no mentía con su “de momento”) en el momento exacto en que me meto en el museo. Una vez dentro empieza el susto, el asombro, la acumulación desmedida de belleza e historia…un nuevo sentido para el significado “abrumador”. Pero vayamos por partes. Lo primero que me impresiona es la marea humana. Vale que hoy es fiesta, pero la cantidad de gente (desde ahora diré masa) que se mueve por el Louvre es acojonante. Diré que hay tres entradas. Diré que el noventa por ciento van directos a la misma: A la que lleva a una tal Gioconda.Pero no te precipites Carlos. Cuenta las cosas por orden, que no eres Cortazar. Ok, ¿Orden? Orden. Mientras la mas corre hacia la Mona Lisa como en un Madrid- Barça o en las rebajas de El Corte Inglés, yo corro hacia el sitio donde se puede sacar un vale para museos: por 45 euros puedo entrar donde me dé la gana sin hacer colas y durante cuatro días). Una vez comprado eso, agarró un mapa del museo y decido, inteligentemente por una vez, hacer selección. Pienso estar ahí dentro cinco o seis horas. Y el Louvre es un museo, no exagero, para estar semanas. Me decanto por Grecia, Roma, algo de Egipto(a rebosar sus salas) y Pintura. El resto lo haré rápido, o sea, mal.
Poco puedo decir de Grecia y Roma. Es increíble la cantidad de obras de arte que allí habitan. Es fisicamente imposible disfrutar plenamente de un 10 por ciento del museo, pero lo poco que puede verse en unas horas ha de disfrutarse como yo lo hago. Con la boca abierta y un audio guía que me acompaña (5 euros. En cada museo alquilaré una. No es que sea útil. Es que es vital) me paseo, me paro, me embobo, hago una respetuosa foto y vuelvo a pasear. La masa se detiene en la Venus de Milo, el Escriba Sentado y todo lo que hemos visto en los libros del colegio. No recuerdo si antes o después de las esculturas (lo he dicho antes: es todo tan abrumador que el tiempo y el espacio se deshacen) me dirijo a una de las salas de pintura. La sala con los inmensos cuadros de Rubens te hacen sentir una mierda ante tanto talento.
Tras horas empapándome de Historia y Arte, decido dejar el mapa a un lado (sin mapa, El Louvre es un laberinto) y seguir el mar de cabezas que se dirigen al mismo sitio. Te guste o no, hay que ver la Gioconda si vas al Louvre, de la misma manera que hay que ir al The Cavern si se va a Liverpool o El Parking si se va a Alicante. Y allí voy, a la Gioconda. Es entonces cuando empieza el circo. Perdón, el Circo. Tras mucho esfuerzo logro entrar en la sala. Al fondo, con más medidas de seguridad que el Papá, el cuadro. Le protegen dos cristales anti-todo y varias personas de seguridad que parecen guardaespaldas. Es todo tan ridículo. Me explico: la labor de esta gente es poner cara de amargura perpetua y no dejar hacer fotos al cuadro por nada del mundo. Da la sensación de que cobran dinero extra por cada foto que consigan abortar. Se puede hacer fotos a esculturas de miles de años, a momias en estado peligroso, a cuadros maravillosos(minutos después de lo que ahora contaré, hice las fotos que quise al famoso cuadro sobre la República de Delacroix)…pero a la Gioconda, nada. ¿Por qué?Supongo que será para alimentar el mito creado. Es indudable la importancia del cuadro, por su autor, por el enigma de su origen…pero nadie puede afirmar que es la mejor obra pictórica de la historia(aunque la belleza es subjetiva). Y la farsa no acaba ahí. Lo de las fotos(logro hacer dos y lejanas) lo trago como puedo, pero lo intolerable es lo de que apenas te dejen VER el cuadro. Cuando te acercas a él, entras en un cordón del que no puedes salir y donde no puedes pararte más de 5 segundos (literal). Y una vez sales de ese cordón, si quieres volver a ver el cuadro has de aguantar de nuevo a la masa para volver a entrar. No creo que hagan todo esto en un día no festivo y con menos gente, pero es un chiste sin gracia. No dejo de pensar en el daño que ha hecho ese “libro” de ese “escritor” con apellido de color mierda y cuenta corriente millonaria.
Quitando esta pantomima, el Louvre cansa los pies pero relaja el alma. Suena a verso hortera, y lo es, pero también es una verdad como un templo. Son las tres de la tarde. Me merezco un bocadillo de lo que sea en un banco cualquiera. Y eso hago, comer sentado en las Tullerias.
Después de comer, y con el bocadillo aún presente( la cuestión es andar sintiendo comida dentro) cruzo el Sena con el paraguas sobre mi cabeza y me meto en la preciosa iglesia de Saint Germaine de Pres y en Saint Suplice, ambas por el Barrio Latino, zona que volveré a visitar y que es conocida por su ambiente universitario, sus crepes de dudosa calidad pero de precio acepable( y esto aquí es un milagro) y sus cafeterías legendarias(legendarias por quienes sentaron sus sillas): De La Flore, por ejemplo.
La tarde marcha perfecta y decido acabarla donde mejor se puede: junto al Sena. Cruzo el esquelético Pont des Arts y pienso irremediablemente en el comienzo de Rayuela. Busco brevemente a la Maga, pero no aparece. Paseo, me tomo un chocolate ardiente y cojo mientras anochece el metro del Pont Neuf que me lleva a la calle del hotel. Entro en un Mc Donalds, me compro una hamburguesa de plástico y una ensalada y me la llevo a mi habitación, donde hablo por teléfono, veo noticias en inglés, leo un rato el libro de Vila-Matas, reviso las fotos del día y pienso en la gente que me gustaría que estuviera aquí conmigo, aunque si así fuera no podría visitar todo lo que estoy visitando.
De tanto pensar me entra sueño. De tanto sueño, duermo.