En un restaurante vacío e iluminado y con miradas que aullan, el personaje que interpreta Tony Leung dice que tiene miedo a la oscuridad. No es un miedo infantil y exagerado. Es un miedo en el que vive sumido esa China convulsa y olvidada por el resto del mundo y ocupada por los japoneses y por sus propios traidores. China es un teatro frío, donde todo es falso y premeditado, hasta que llega la temida oscuridad ( "No hay nada más real", dice la protagonista), esa oscuridad donde las máscaras caen al suelo y el odio florece sin matices, con todo el riesgo que eso conlleva.
Tras un paseo de años por montañas rocosas, hombres verdes y paisajes Austenianos, Ang Lee vuelve a casa con la maquinaria y el poder que le da Hollywood. Con un guión ajeno y profundo, demuestra una vez más que es un camaleón y que puede hacer cualquier tipo de película, siempre que hable de seres que se sienten como peces en la Gran Vía, como actores en el circo de la sociedad. Y la sociedad que en Deseo, peligro se plasma es culpable de muchas cosas. Tendemos a mirar, si hablamos de la Segunda guerra mundial, a la barbarie europea, pero olvidamos lo que pasó más allá de Rusia. Y lo que pasó nos lo cuenta Ang Lee con su elegancia habitual y tomando lo particular para que se intuya lo general. Tomando referentes claros(Hitchcok y su Encadenados, por ejemplo), muestra lo que el cine de los 40 ocultó: lo que se esconde tras un casto beso o tras una mirada furtiva: El sexo, la pasión desbordada… y el peligro que eso acarrea. Y hasta llegar a eso nos introduce en una larga hora que quizás merecía una elipsis. Una hora donde constatamos que la película también trata el tema del aprendizaje: De como un grupo teatral de ingenuos universitarios aprende a ser asesinos en potencia ( protagonizando una bestial y maravillosamente rodada escena que revela todo sobre ellos), de como una joven tímida(Tang Wei, tremenda debutante) aprende a hacer del sexo un arma de destrucción masiva. Y ese arma, cuando aparece, eleva la película a cotas altas, muy altas. Lejos de parecer pornográfico, Ang Lee hace del sexo explicito el mejor pasaporte para entrar en dos almas. El odio(o no), de la chica hacia el hombre, y la dominación (o complejo) del hombre hacia la chica. La brutalidad de la primera escena de sexo (sin más música que los gemidos) y la coreografía erótica de las siguientes nos dice más sobre la mente de los personajes que mil palabras previas. Estamos ante una relación donde el deseo se confunde con la repulsión, donde lo fingido se abraza a lo real. Una historia peligrosa y obsesiva que es una muesca más en la historia del retorcido siglo XX. Una película compleja, ambiciosa, completa, profunda, clásica y dolorosa.
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