Odias el mar porque sabe demasiado,
porque no sabe olvidar.
Porque,
dices,
nadie ha visto su sonrisa,
porque acoje en sus tripas
millones de ayeres y maderas.
Odias su aliento porque habla de vida y cementerios.
Odias su música porque no acaba,
porque no puedes imitarla.
Quieres ser el mar porque nunca pierde,
porque,
dices,
no hay nada más vivo.
C.D.G.
Llené el vaso cuando se vació mi casa.
Mi cabeza era una duna y los tragos me llevaron al balcón.
Abajo todo era tan de mentira como mis certezas.
La noche rasgaba los pasos de otros borrachos,
las aristas de esas risas fotocopiadas.
El calor abrazaba el descaro que da la inconsciencia.
Y el vaso ya sudaba en mis manos.
Di la espalda a la espalda de aquel día tumbándome en un nido de oraciones resentidas.