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Archive for julio 2008

 

Se quitó el sombrero y lo dejó sobre la mesa. Sin dejar de acariciarlo y sin sentarse, empezó a hablar. Me contó todo lo que ocurrió aquella noche, el porqué de la sangre en su camisa, el porqué de las lágrimas en sus mejillas, el porqué tenía que sacar una pistola de su chaqueta, apuntarme a la frente y disparar. Y rematarme si seguía moviéndome. Me dijo que no lo lamentaría. Que volvería a guardarse la pistola, volvería a ponerse el sombrero y saldría de mi casa como entró: sin llamar.

Y sacó la pistola y se acercó a mí y la pistola rozaba mi frente y mi sudor acariciaba a la pistola. Y yo no cerré los ojos, pero los clavé en el suelo con el mismo miedo con el que apoyé mi espalda en la silla.

Disparó.

Quisiera pensar que con el ruido de la bala los pájaros huyeron del sauce de mi jardín, que mi cuerpo muerto formó una escultura elegante,digna de un gran final, que mi fallecimiento conmocionó al barrio, que el que disparó a ese hijo de puta no fui yo, que no fui yo quién se puso el sombrero tras apretar el gatillo,el que salió de esa habitación en silencio, el que dejó de recuerdo un espejo destrozado, cuatro botellas vacías y ningún cadaver.

C.D.G

    

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-Oiga, joven, ¿qué es lo que mueve a  tus pasos?

– La curiosidad, señora.

– Oiga, joven, ¿qué es lo que mueve a tus ojos?

– La sorpresa, señora.

– Oiga, joven, ¿qué es lo que mueve al mundo?

-…

– ¿El amor, joven?

-…

-¿El dinero, joven?

-…

– ¿El poder, joven?

-…

-¿Qué?

-El odio, señora.

– Adiós, anciano.

– Adios, soledad.

C.D.G.

 

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Se cansó de volar con mis alas y riendo se estrelló.

Ahora la beben los sapos del barrio,

que eructan oro muerto y  aplausos sin olor.

C.D.G.

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No llames otoño al egoismo de tus lágrimas.

Los pasos que diste,

arrinconando a zancandas las lecciones de otro cambio,

desplazando el horizonte a la altura de tus dedos,

salvando el discurso ajeno que oscurece el rostro del ruido,

ya no avanzan más que en mí.

Con la vana certeza de que el suelo pertenece a quien lo odia,

lo llenas de charcos que nadie podrá borrar.

Tus manos se esconden en tus bolsillos como de niño te aferrabas a una pierna adulta,

como un insecto se agarra a una rama anoréxica,

como mis noches se alojan en el Hotel Kilar.

Miras sólo donde el espanto te da la bienvenida,

donde la felicidad es anestesiada

y el calendario es una perpetua posguerra.

Pero si quieres- y quieres- puedes:

Abrir la caja verde,

verte allí encerrada,

tragarte las llaves e inventar palabras.

Flotar en un renacimiento espontaneo,

creer sólo en lo que carcajea,

flotar, también, en los cimientos cutáneos de tu cuerpo,

que tiemblan,

que son la prueba de que el egoismo de tus lágrimas

no responden al nombre de Otoño.

C.D.G.

  

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No está Jean Seberg
al final de mi escapada.
Ni sus muecas, ni sus Herald Tribune,
Ni una sonrisa escondida
detrás de su nuca dorada.
 
Al final de mi escapada
no hay un arco
ni un triunfo.
No hay una foto de Bogart peinada
con luz de humo.
No hay un cuarto sobre el Sena
con dos sábanas sudadas.
 
Que otros busquen los secretos
en las raíces cansadas.
 
Mi escapada se termina
donde comienza tu huida,
con un eco que camina
entre dos trozos de vida.
Con una canción de Joaquín
y un desliz que precipita
otra huella de carmín
en la herida que aun palpita.
 
C.D.G.
 
 

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La linterna no da luz y aplaudimos.

La noche no muere nunca y gritamos.

Se oyen relámpagos en esa memoria cubierta de lo que no sabemos.

Recordamos:

Se descalzó la mañana y no se ensució los pies.

Se desnudó la tarde y no pasó el frío por su lomo.

Y la tinta de nuestras risas hablan de dioses ingleses.

Y ahora,

abrazados sin tocarnos,

somos mil voces que cantamos You Know my name.

Hasta que la linterna renazca

y la noche se ahogue

y esta tribu pasajera

se quede sin pasajeros.

Hasta que sepamos que fuimos felices un rato,

cuando la edad era otra cosa.

Y las cosas no eran nada.

 

 

 

 

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