Pocas cosas hay más dificiles que acabar algo que se empieza cuando no se tiene talento. Hablo de un poema, un ensayo, un cuento o una novela.
Añado: Pocas cosas hay más ridículas que acabar algo que se empieza cuando no se tiene nada que contar. Hablo de un poema, un ensayo, un cuento o una novela.
Pero el mundo está lleno de ciegos que avanzan con paso firme hacia la nada más monolítica. Creen que la musa les besa el alma y les abraza el intelecto. Ignoran obstáculos, voces que aconsejan un parón, las hostias que da la realidad. Nada. Ellos siguen con los ojos cerrados y la ambición borracha en busca de la obra maestra definitiva( como si hubiera algo definitivo en alguna parte, en algún momento ) que se estrellará antes de llegar a cualquier lugar, enterrada por el veredicto del tiempo, sin toga de juez pero con poder de dios.
Y sin embargo, junto a la dificultad y el ridículo, a veces se impone en terceros algo que podría llamarse caridad por no llamarlo pena. O falta de gusto por haber leido poco y mal. Y se lanzan halagos como quien da una limosna. No tiene culpa el aire de albergar tanta mierda, pero no puede quejarse ( aunque pienso que los huracanes son los empujones feroces que el aire da a nuestra ignorancia. Que no me quiten esta idea los meteorólogos, por favor). No puede quejarse,decía, sólo recibir la basura y llevarla a donde se le pide: a los oidos del que no tiene talento, del que no tiene nada que contar, pero que agarra con fuerza el bolígrafo o el teclado y escribe con ímpetu juvenil las palabras más vacias del día. Las llamará literatura. Y habrá tumbas que se retorcerán de rabia y se reirán con ganas.