Recordó a Bolaño diciendo que no hay mejor almohada que un libro.
Y al despertar con la voz de James Carr y mirarse en el espejo, vio su rostro (mejillas, frente, parte de la nariz y parte del cuello) tatuado con palabras, con la descripción fría y estremecedora del asesinato de una adolescente en Ciudad Juarez.
Así, él, a diferencia de las autoridades mejicanas, no olvidaría ese cuerpo medio desnudo, medio enterrado, completamente destrozado a puñaladas, cubierto de sangre seca, arena y desgarros. Esos inmensos ojos muertos que acompañan, en fúnebre desfile, a muchos más que cerraron, a muchos más que cerrarán.
No existe un desierto vacío.
C.D.G.
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