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Archive for enero 2010

Un alumno de nueve años quiere saber cuál es o sería mi mayor pesadilla. Miento y le digo que no tengo pesadillas y no pienso en ellas. Él, sin asomo de duda, me dice que la suya sería vivir en un planeta de mercenarios. Me lo dice sin apartar los ojos del folio donde debe saber que ese dibujo con forma de barra es Bread. Le oigo sin quitar mis ojos de su cara. Supongo que se refiere a unos mercenarios que van a por él y sólo a por él. Dudo, de todas formas, que este chico sepa lo que es un mercenario. Dudo que sepa lo que es un planeta más allá de lo que ve en el mini-planetario que decora su habitación. Pero imagino durante un segundo un planeta lleno de perros callejeros contratados para matarme y me pongo a temblar mientras le pregunto: Which food is this?
Sé que casí me contesta: Pain.
 
C.D.G.
 
  
 
 
 
Por cierto, es cierto: Ha muerto Salinger. Medio mundo joven le conoció porque El Guardián entre el Centeno estaba en la mesilla de noche del asesino de Lennon. Y ese es el único libro que he leído de él. Un libro que me gustó pero no se tatuó en mí. Así que me callaré, que poco puedo decir salvo que se escondió del mundo, como hace Pynchon, que consiguió que se hablara de él sin saberse nada de él. Y que ha muerto ahora  que para muchos ya había muerto hace años. Y sin aumentar su leyenda de maldito. Porque no podía crecer más.
Ya no podrá esconderse más. Ya sabemos todos dónde está.
 

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Aquí estoy en mi cuarto habitual, donde me parece haber estado siempre. Como en tantas mañanas de mi vida, me encuentro en casa escribiendo. Suena, contundente, la música de Be My Baby, cantado por The Ronettes. Cuando tenía diecisiete años era mi canción favorita. De pronto, oigo perfectamente que alguien acaba de llegar en ascensor al rellano. Pero es extraño. Quien ha llegado no llama a ninguna de las cuatro puertas, ni se dispone a abrir ninguna de ellas. Es como si se hubiese quedado indeciso, aturdido o simplemente inmóvil ahí. Llevo tantos años en esta casa que controlo muy bien los sonidos que se producen cerca de mi puerta. Pasan casi dos minutos hasta que, exactamente cuando termina la canción, llaman a mi timbre. Abro. Veo a un hombre de parecida edad a la mía. Es el mensajero de una editorial y ha venido para entregarme un libro. Me lo da y le firmo en un papel. “Las Ronettes…”, susurra melancólico el hombre. “Me ponen de buen humor”, le comento sin mostrarme sorprendido –aunque lo estoy– de que conozca a The Ronettes. Sonrío, me despido, cierro la puerta despacio, con la amabilidad acostumbrada. Me quedo escuchando detrás de la puerta y noto que el hombre no entra en el ascensor. Puede que haya vuelto a quedarse inmóvil en el rellano. Seguramente se ha quedado apoyado en una pared, roto, deshecho de nostalgia y hasta llorando, esperando a que vuelva a ponerle Be My Baby
Primera página de Dietario voluble
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Leo Las entrevistas de Nuremberg, de Leon Goldensohn, entrevistas del psiquiatra en el catre a algunas de las primeras figuras nazis que estaban siendo juzgadas por estadounidenses, franceses, ingleses y rusos ( esto último chirría, porque luego se vio que Stalin eran un Hitler con acento de Georgia, porque Stalin (todavía hay comunistas que lo justifican y aquí pocos se escandalizan) también masacró a millones y millones de personas y porque todos conocían, ya en 1946, el Pacto de no Agresión de Stalin-Hitler, aunque se rompiera más tarde).
Leo cosas que ya se saben, pero que nos hacen temblar. Muchos de ellos parecen gente inteligente (algunas por encima de la media), no son enfermos mentales (salvo Hess), tienen estudios superiores, parecen tener sentimientos dignos hacia su mujer, sus hijos. Algunos, acojona reconocerlo, dicen verdades históricas (El Tratado de Versalles tras la  Primera Guerra Mundial fue una canallada que dejó a Alemania empobrecida), pero se escudan en eso para justificar, sino el genocidio, el odio a los judíos que corrompían la cultura y la economía alemana. Todos, claro está, echan la culpa a Hitler y a Himmler (los verdaderos cabrones, venían a decir), muertos los dos, del desaguisado mundial. Justifican con reservas sus crímenes y pasan de puntillas sobre las cosas que huelen mal, diciendo que ellos no conocían lo que pasaba debido a una estructura de compartimentos o que se limitaban a aceptar órdenes. Hay excepciones, como Goering y su grasienta y asquerosa labia, Rosenberg y sobre todo Rudolf Höss, que también decía que cumplía órdenes y debía acatarlas, pero que no niega lo que ocurrió en el campo de concentración que tuvo a su cargo en los años "fuertes": Auschwitz, conocido por lo que es conocido: el mayor lugar creado para el genocidio de la historia.
La frialdad con la que cifra en dos millones y media los asesinados allí, su descripción de las cámaras de gas, donde les hacían ver que iban a ducharse y donde se apilaban en cientos en lugares donde quince cabían mal, su afirmación de que usaban el pelo de los muertos, los dientes de oro de los muertos. Cómo habla del tren que llegaba a rebosar y que acaba allí, en vía muerta. Y todo esto con su pies metidos en una palangana de agua casi helada, diciendo tranquilamente que no, que nunca ha tenido pesadillas. Los mismos pies que en 1947 acabaron colgados en el lugar donde ordenó matar, matar, matar.
Da miedo que esto pasara hace nada. Da miedo que hoy mismo sea el odio y el miedo, y no otras cosas, lo que sigue moviendo el mundo.
Algún día pondré un fragmento de Rudolf Höss.
 
Hoy pongo a Calamaro, en su casa, solo. Algo colocado, quizás. Con imperfecciones, seguro. Grande, muy grande, hasta en el ensayo, también.  
 
 
 

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Vuelven los Coen, pero casi pidiendo perdón, llamando a la puerta discretamente entre avatares y detectives londinenses. Quizás porque no hay caras conocidas en su reparto ( algo que no ocurría desde su primera e impactante película Sangre Fácil, quizás por su argumento…Por lo que sea, Un tipo serio ha llegado a escondidas. Pero basta verla para que deslumbre, aunque tenga aspecto pequeñito.
Una película sobre el sentido de la vida, sobre lo inevitable de algunas cosas, sobre la tragedia del hombre al que se le cae el cielo en la cabeza, sobre el mundo judío, sus aristas, sus sombras. Sobre la mierda que nos rodea. Sobre lo que podemos hacer con ella. Todos nosotros tenemos una idea al respecto, los Coen también, coincida o no con la nuestra.
Un protagonista(Michael Stuhlbarg, chapeau) con aire de Harold Lloyd pero más parecido, en su devenir, al William H. Macy de Fargo. Alguien al que la vida le trae infiernos que la Torá no sabe solucionar. Él se desahoga ante la pizarra de sus clases. Él mira el mundo desde el tejado de su casa, arreglando la antena para que su hijo porrero vea mejor la tele. Tratando de arreglar, a vista de pájaro, su vida. Es inútil. Ya puede merodear a la vecina, evitar sobornos académicos, visitar a rabinos: algunas cosas no merecen explicación. Lo mejor es sonreir y que cada paso te diga que has de limitarte a ayudar. Cosas del determinismo, creo yo.
No es la primera vez que los Coen hablan de hombres desubicados sin saber porqué. Ya he hablado de Fargo, pero también está Barton Fink. Pero esta vez, salvo en la escenas "marianas", no nos regalan esos planos marca de la casa, pero sí unos personajes dibujados al detalle, ya aparezcan un minuto o todo el metraje. Cada gesto, cada palabra, cada mirada dicen cosas de quien vemos. Son gente excéntrica, con acciones excéntricas. Como todos nosotros si se nos mira bien.
Tampoco es la primera vez que estos tipos, tan serios en las entrevistas como geniales casi siempre detrás de la cámara y el folio, cuidan hasta el detalle la ambientación, la decoración (puro 1967), la vestimenta, el aire musical.
Supongo que a más de uno esta película le aburrirá y el final le dejará con cara de "Estos de que van". A mí me ha entretenido, me ha hecho pensar, me ha hecho sonreir, me ha parecido atractiva. Y me ha hecho tararear esa grandiosa canción de los Jefferson Airplane. Más cosas rondan por mi cabeza (lástima que no sepa de Judaismo, aunque sí de realismo ), pero cuando una película está reciente, lo mejor es, sobre todo para alguien plano como yo, como dice alguien en la película (pero yo lo hago sin la maldad sonriente con la que lo dicen allí): contar hasta diez, primero en voz alta, luego en silencio.
Los Coen hacen lo que quieren en mitad de las ataduras de Hollywood. Y a veces lo hacen muy bien. No está por encima de Fargo, de Muerte entre las flores, de Sangre Fácil.  ¿Puntuación de esas que facilitan el trabajo pero limitan mucho?: 7’5. Con el tiempo, ya veremos. ¿La Cinta Blanca? Venga, un 8. ¿ El video de mi comunión? Un 10, porque nunca lo he visto.
 
P.D: He leido, pero no visto en el cine, que al final de los créditos dicen: "Ningún judío ha sido maltratado durante la realización de esta película". Ja.
 
 

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Acariciar lo que otros no saben que existe es como pisar la Luna una vez al día. Oler lo que sabes de donde viene y querer tragarte ese olor como si fuera la mejor golosina es como pisar Marte una vez al día.
No saber qué decir cuando despiertas y escribir palabras que existen pero no huelen es como pisar tu portal cada día.
Y que cada día te sientas con el peso de todo tu futuro ( léase pasado o abismo) en tu espalda no es comparable a nada. Es superlativo el dolor, como el de una pija sin maquillaje, un niño sin balón, unos labios sin ti, una verdad rasgada rebosando sangre hasta hacerse mentira.
 
Y entre tanta niñería, tu boca te sabe a boca, a gofre, a cerveza fuerte, a canción de Nirvana, a cangrejo, a palabras de Punset. A Risa.
 
C.D.G

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Ahora que llega a los cines Nine, no está de más recordar el origen de este, intuyo, acelerado musical:  Ocho y Medio, obra cumbre (¿cuántas cumbres tiene este tío?) de Fellini, reflexión más honda que un océano sobre la crisis creativa, sobre el poder del pasado, sobre las huellas imborrables que los besos, las risas y la infancia traen. Un poderoso  tour de force en el que caben todas las obsesiones y símbolos del genio italiano. Una película a la que volver una y otra vez. Aquí, por tercera o cuarta vez en la olvidable historia de este blog, un fragmento de la película:
    
 
No sé si dignificarán el orginal el gran Daniel Day Lewis (como en teatros hizo Banderas), Penélope Cruz, Cotillard, la Kidman. No lo sé. Pero quizás (no lo sé, no la he visto. Hablo ridículamente sin verla) Rob Marshall ha hecho un entretenido chicle, que no es poco,(pero insisto por segunda vez en una línea: no la he visto. A lo mejor Marshall ha hecho la película del siglo) donde Fellini hizo una sopa de vida.
 
 

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Ay, Decca, Decca…qué error fatal al decir no a cuatro chavalicos ilusionados y graciosos. Esos que entre el repertorio que tocaron en el año nuevo 1962 para que les grabareis un disco, metieron el famoso Bésame mucho, con Paul en estado de gracia y John y George con armonías que parecían de experto. Les dijisteis No y George Martin y el mundo les dijeron SÍ.
Y aquí, siete años después, con el fin del grupo cercano, se lo pasan bien recordando ese Bésame Mucho ( ¿un guiño malicioso? ), con Paul como un tenor arrebatado. Y luego llega el momento del Jardín de Pulpos de Ringo Starr, de la ayuda que le da Harrison, del piano que parece precursor del Completo Incompleto de Jarabe de Palo, de Lennon tocando la batería, de la llegada de Paul con su hija, de su saludo con la cabeza a John.
De un rato cualquiera del gran grupo pop del Siglo XX. Del XXI.
Y una muestra evidente de que estos tíos tocaban más de un instrumento.
 
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Me quiso.
Me lo dijo con todos los idiomas de su cuerpo.
Y yo, sin saber leer,
sólo supe ver señales turbias.
Jamás su significado.
 
Me quiso.
Me lo dijo con las mil palabras de sus besos,
con las metáforas de sus manos,
con la elipsis de sus piernas.
Y yo, sin saber leer,
y yo, eterno cobarde,
no supe entender el paraiso agarrándome la vida.
El vaso ofreciéndome un trago.
La tierra pidiéndome un temblor.
El diccionario del querer universal.
 
Si quieres…
Me lo dijo con los ojos en las nubes.
Y yo miré las nubes y no supe ver sus ojos.
Ciego como estaba,
sordo como estoy.
Analfabeto como la quise,
la quiero.
 
C.D.G.
     
 
 
La cantó Jeanette en 1981. Ahora se apunta un tanto Bunbury con una emotiva versión, acompañado de Miren Iza, cantante que no conocía de un grupo que no conozco: Tulsa.
A quien le guste El Orfanato, dato: Videoclip dirigido por Bayona, el director de aquella película.
 
P.D: La cinta blanca, de Michael Haneke. Media pantalla se veía algo borrosa, lamentable proyección para una película con esa fotografía. Pero aún así, lo que ayer me pareció una buena película, hoy crece en mi cabeza. Señal de algo.
No diré nada nuevo porque está todo dicho, pero cuánta tristeza hay en esa película, cuánto miedo, cuánto odio vengativo, cuánto germen del genocidio que vendrá. Cuánto asco da la pureza del blanco de las cintas, de la nieve. El negro de los trajes, del futuro. La hipocresía que tiñe hasta el aire. Cuánto esconde lo que vemos sin ver, a través de las puertas, sobre las escaleras: latigazos marcados a fuego en una generación que escupiría más adelante la sangre que en la infancia tragaban.
Nadie es feliz allí, todos esconden algo, el tiempo sólo avanza para aumentar la claustrofobia, el agobio vital, ese del que tanto sabe el maestro Haneke. Donde el destino es un tijerazo en la cabeza.

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No eres el único que no sabe lo que dice la canción, pero hubieras deseado pasar una temporada en la Sorbona sesentera, por puro snob: vivir para contarla, a lo Gabo. Y encontrarte con Truffaut en la cola de algún cine próximo. Y juntos, soltando vaho por las bocas de invierno, alabar a Hitchcock o a quien haga algo nuevo. Y comentarle que nadie ha hecho por Francia lo que hizo Renoir en La Regla del Juego. Y plasmar lo que ladras en Cahiers. Y un día, sin avisar, desaparecer,dejar Saint Germain y sus cafés y su mitología de andar por libros, sabiendo todo el francés y casi toda la verdad del mundo. Y saber qué dicen canciones cómo éstas.
Lo que hubieras deseado, si realmente lo has deseado y no es sólo mero disfraz para escribir algo, no ha pasado. Pero disfrutas como un tonto con algunas, no todas, de las películas de Truffaut. Y la Sorborna sólo está para tus fotos precipitadas. Y en las colas de los cines parisinos, sin vaho porque era Agosto, sólo veías a jóvenes ridículamente elevados y a adultos estancados en una charca del 68, dentro de una burbuja (vaya, ¿te habrá venido esta metáfora viendo el video? Qué sagaz) donde avanzar con los dos pies pegados a una época que ha sido exagerada, idealizada. Y en silencio les envidiabas, haciendo ruido mientras tragabas un sueño.
 
P.D. Minutos después de este escrito insulso, el autor del mismo encontró una traducción de la canción. Con fallos que intuyo y corrijo.
 
C.D.G
 
Sobre los cristales teñidos, se estrellan nuestros alientos llenos del vino de ayer;
nos reímos como ballenas
El camino es un mar dónde ningún rodillo agita
Los peajes como islas balizan nuestra huida
En un camión.
 
En la llanura destinada a la gasolinera
 En el aire que nos coge, sentimos nuestros huesos crujir
Como envejecimos, como rodamos
Como disparamos nuestras fuerzas motrices
En un camión En un camión.
No nos espere, jamás volveremos
Y triángulo en la mano, en el camión teñido beberemos todo el oro negro "más bien que de dejar" (no entiendo)
Y pasaremos sin verlo en un fuego de bosque
En un camión En un camión En un camión En un camión.
 
       

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