
Me dedicó Dublinesca con su habitual sombrero de tinta y con esas manos finas que no riman con su cuerpo. Un sombrero similar al que lleva puesto una de las sombras que protagonizan esa maravillosa foto de Catalá-Roca que he buscado, elegido, cortado y puesto como cabecera de este rincón.
Así acabó lo que empezó en Marzo, cuando en Canalejas leía Dublinesca al lado árboles con barba. Cuando sólo llovía dentro de ese libro. De Marzo a Octubre (28 de Octubre) y a cincuenta metros de esos árboles, el autor del libro que yo leía habla sobre aquel francés que admiraba la Explanada y Canalejas más que las grandes avenidas europeas. Y de Gabriel Miró; y de Oscar Esplá. Y todo tras sacarse el cuello de su camisa para apoyarlo en su chaqueta mientras le presentan (por cierto, mejor la nada que esa presentación).
Y titubea al comienzo. Como si no hubiera dado charlas en medio mundo. Como si fuera la primera vez que habla en público. Quizás es timidez, quizás una estrategia más de alguien que se sentó con la idea de hablar del fracaso, de leer sobre el fracaso.
Y avanzó sobre esa idea y los temblores de su voz cesaron cuando cesó de leer, cuando se centró en las anécdotas, cuando expuso en vivo lo que hace en privado: sus herramientas de la ficción, su descreida visión de lo realista.
Miró al fondo todo el rato. Guardó largos silencios en busca de algo mejor. O en busca de nada. Quizás sea un mal orador. O quizás no vea aquello como una conferencia, sino como lo que a él le da la gana.
Y empezó el turno de preguntas. Y allí miró a los ojos de la gente, allí habló de Bolaño tomando una copa con sus hijos o charlando con Don Delillo. Habló de Vargas Llosa ( «Un hombre perfecto»), habló de Dominique y por ella habló de él mismo. Habló con humor.
Habló como si fueramos parte de algo escrito.
Dijo que él no miente, pero que no tiene la culpa de que le pasen cosas raras, de que la gente diga cosas raras.
Grabé 16 minutos que quízás un día pueda enseñar.
Y abandoné mi primera fila con un buen sabor que aún dura. Porque Vila-Matas fracasó. Por el bien de sus lectores. Porque de fracaso en fracaso, seguirá buscando, como me dijo, la novela en la que quepa todo, todo, todo.
C.D.G



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Edito esta entrada horas después de publicarla. Acabo de leer, cuando bajo mi casa todo son coches aparcando (cosas del Real Madrid), el suplemento cultural ( ¿Qué es cultura? Cultura eres tú) del El País, Babelia. Veo que publican, como cada mes, un artículo de E.V.M. Página 9. ¡Oh, sorpresa!. Título del texto: Fracasa otra vez. Ahora todo cuadra, hasta el círculo de esta o: O. Escribió algo para El País, y lo varió para nosotros. Al revés de lo que dijo, de lo que dice siempre. Lo dicho: la O cuadrada, el juego redondo. Líneas clavadas o muy parecidas a los que escuché el jueves (el primero ,el que menciona a Beckett o el último y certero párrafo).
He aquí la prueba del delito:
http://www.elpais.com/articulo/portada/Fracasa/vez/elpepuculbab/20101030elpbabpor_10/Tes
Y segunda sorpresa, ésta relativa por aquello de que se debe a una novedad editorial y premio Nacional de Ensayo: en la siguiente hoja, la crítica del libro que recomendó: Vida y otras dudas, de Anjel Lertxundi, ese joven al que conoció hace cuarenta años y que ahora, ya encanecido, ha ganado el premio.
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