Baudelaire, en sus inmortales flores del mal, se pregunta qué buscan los ciegos en el cielo. Y deja esa pregunta al maldito lector.
Buscan lo que jamás debieron perder, supongo: un suelo mejor.
Y los que creemos que vemos, ¿qué buscamos en el cielo?
Un espejo, supongo. Un espejo que mienta desde ahí arriba. Que nos engañe lo suficiente para que estemos satisfechos de nosotros mismos. Ahí arriba, tan arriba que no haya piedra que pueda romper su cristal y su máscara.
[…] Amo estas plazuelas solitarias, intercaladas entre calles de poco tránsito, y sin más tránsito, ellas mismas, que las calles. Son claros inútiles, cosas que esperan, entre tumultos distantes. Son de aldea en la ciudad. Paso por ellas, subo a cualquiera de las calles que afluyen a ellas, después bajo de nuevo esa calle, para regresar a ellas. Vista desde el otro lado es diferente, pero la misma paz deja dorarse de añoranza súbita -sol en el ocaso- el lado que no había visto a la ida.
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[…] Paso por una calle y estoy viendo en la cara de los transeúntes, no la expresión que realmente tienen, sino la expresión que tendrían para conmigo si conociesen mi vida, y cómo soy yo, si se transparentase en mis gestos y en mi rostro la ridícula y tímida anormalidad de mi alma. En ojos que no miran, sospecho burlas que encuentro naturales, dirigidas contra la excepción inelegante que soy entre un montón de gente que hace y goza; y en el fondo supuesto de fisonomías que pasan, carcajadas de la tímida gesticulación de mi vida.
Uno se merece ver, de golpe, lo que pudo haber sido. Y mirarlo a la cara sin pestañear, si tiene por una vez en su vida valor. Y que le coma a trozos poquito a poco. Se lo merece. Y pensar, mejor que hablar. Habiendo canciones bonitas, ¿para qué hablar de cosas feas?- se dijo alguien, en algún lugar, bajo el sol, que le derretía como derrite otras cosas de mal olor. Alguien que sabía que ya había llenado páginas diciendo lo mismo una y otra vez.
Cada vez que te hablo, otras palabras
escapan de mi boca, otras palabras.
No son mías. Proceden de otro sitio.
Me muerden en la lengua. Me hacen daño.
Tienen, como las lanzas de los héroes,
doble filo, y los labios se me rompen
a su contacto, y cada vez que surgen
de dentro -0 de muy lejos, o de nunca-,
me fluye de la boca un hilo tibio
de sangre que resbala por mi cuerpo.
Cada vez que te hablo, otras palabras
hablan por mí, como si ya no hubiese
nada mío en el mundo, nada mío
en el agotamiento interminable
de amarte y de sentirme desamado.
Luis Alberto de Cuenca
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Movimiento
Tú aquí lloras, y allí bailan.
Y allí lloran en tu lágrima.
Allí fiesta, allí alegría.
Sin saber nada de nada.
Casi luz en los espejos.
Casi llamas de unas velas.
Casi patios y escaleras.
Casi puños, casi gestos.
El hidrógeno informal y el oxígeno a la par.
Los granujas cloro y sodio.
Ese golfo del nitrógeno en cortejo.
Que se alza, se evapora.
Gira y gira bajo el cielo.
Tú aquí lloras, a eso juegas.
Eine kleine Nachtmusik.
¿Tú quién eres, bella máscara?
Wislawa Szymborska
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Y tres microrrelatos más, sobre La Jaula, que pasan a la final:
El gol del lateral blanco desenjauló el miedo del aficionado
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«Esto no es una jaula, es un reloj», me dijo el psiquiatra, que no sabía nada de la vida ni de sus nudos.
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Ludwig reía cuando decían que la música es libertad. Él se sabía encerrado entre los siete acordes que sólo oía en su recuerdo.
Y éste que lo estará si la explicación que me ha pedido el juez tras leerlo y que le he dado, le convence.
Se catalogaban como pequeños para hacerse grandes, sin saber que para ser grandes de verdad no hay que enjaularse y ser pequeños.
Lo que pude haber sido entró sin avisar para descojonarse. Y despertó a todo el barrio menos a mí.
En www.elcultural.es hay un reto a la imaginación de cada uno: escribir en 140 caracteres (incluyendo espacios) una historia. El tema lo propone Montero Glez, de profesión escritor. El premio es un libro. ¿El juez? El propio escritor.
Se escriben centenares de relatos cada semana, pero el juego de que nuestras cabezas se muevan un rato al día para parir algo en letras no está mal.
Aquí van algunos de mis microrrelatos que han pasado a la ronda final de esta semana, por ahora, cuyo tema es, LA JAULA:
Entre barrotes he acabado acostumbrándome a ver el mundo como lo ve un producto: en código de barras.
Creedme: echaréis de menos el alpiste y el paseo sobre vuestra mierda.
Las redes sociales les hicieron creerse libres e informados, pero estaban entre los barrotes de su infantiloide mundo.
Y con el tema de EL TERMÓMETRO, entre los finalistas(por no poner muchos)
Mientras los mayores jugaban al chinchón, yo apretaba con fuerza el termómetro: así llegaría el verano.
——————— Para aquel niño el cambio climático era su profesora recogiéndose el pelo.
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Se lo clavó en los sesos para tratar de medir la temperatura de sus sueños.
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Pasaba horas de sexo salvaje, pero sólo notaba calor cuando oía el portazo, se quedaba a solas y contaba los billetes sobre la cama.
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En mitad de la calle, con su guitarra y su rabia, se propuso calentar al mundo, pero sólo congeló su plato.
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Y un etcétera inmenso: La caña, el fuego, la peluquería…el premio siempre es injusto porque un premio con un solo juez lo es, pero no está mal tratar de contar algo en breve. Como juego. Como niños.
Si alguien con el cerebro mal colocado como yo, puede, cualquiera puede.
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Por otro lado, The Divine Comedy. Porque viene a cuento. Y aunque no viniera, vendría:
«This book deals with epiphenomenalism, which has to do with consciousness as a mere accessory of physiological processes whose presence or absence… makes no difference… whatever are you doing?»
Happy the man, and happy he alone who in all honesty can call today his own;
He who has life and strength enough to say ‘Yesterday’s dead & gone – I want to live today’
James Joyce: Hello there!
Virginia Woolf: I’m losing my mind!
Marcel Proust: Je me’en souviens plus
F Scott Fitzgerald: baa bababa baa
Ernest Hemingway: I forgot the….
Hermann Hesse: Oh es ist alle so häßlich
Evelyn Waugh: Whoooaarr!
William Faulkner: Tu connait William Faulkner?
Anaïs Nin: The strand of pearls
Ford Maddox Ford: Any colour, as long as it’s black!
Jean-Paul Sartre: Let’s go to the dome, Simone!
Simone de Beauvoir: C’est exact present
Albert Camus: The beach… the beach
Franz Kafka: WHAT DO YOU WANT FROM ME?!
Thomas Mann: Mam
Graham Greene: Call me ‘pinky’, lovely
Jack Kerouac: Me car’s broken down…
William S Burroughs: Wowwww!
Happy the man, and happy he alone who in all honesty can call today his own;
He who has life and strength enough to say ‘Yesterday’s dead & gone – I want to live today’
Kingsley Amis: [cough]
Doris Lessing: I hate men!
Vladimir Nabokov: Hello, little girl…
William Golding: Achtung Busby!
JG Ballard: Instrument binnacle
Richard Brautigan: How are you doing?
Milan Kundera: I don’t do interviews
Ivy Compton Burnett: Hello…
Paul Theroux: Have a nice day!
Günter Grass: I’ve found snails!
Gore Vidal: Oh, it makes me mad!
John Updike: Run rabbit, run rabbit, run, run, run…
Kazuro Ishiguro: Ah so, old chap!
Malcolm Bradbury: stroke John Steinbeck, stroke JD Salinger
Iain Banks: Too orangey for crows!
AS Byatt: Nine tenths of the law, you know…
Martin Amis: [burp]
Brett Easton Ellis: Aaaaarrrggghhh!
Umberto Eco: I don’t understand this either…
Gabriel Garcia Marquez: Mi casa es su casa
Roddy Doyle: ha ha ha!
Salman Rushdie: Names will live forever…
Fue Emilio Lledó, y cualquiera con dos tropezones en la vida, el que dijo que dentro de todo sí hay un pequeño no y dentro de todo no un pequeño sí.
Y dentro de estas palabras hay un magnífico hedor.
Fue David Grossman, y cualquiera con dos rasguños en el pasado, el que dijo que necesitaba, fisicamente, varias horas al día para estar solo y escribir.
Y dentro de estas palabras alguien necesita atarse las manos.
Fuiste tú, y cualquiera que haya probado el invierno de Agosto, el que dijiste que todo va bien mientras podamos ver el mal.
Y dentro de estas palabras crece un triste y digno viento de empatía en forma de poema tan ajeno como nuestros latidos. Pim, pam, pum. Luego.
LA TRISTEZA DEL MAR CABE EN UN VASO DE AGUA.
Los hombres tristes, que tienen en sus ojos un café de provincias, que no saben mentir como quien dice, que se esconden detrás de los periódicos, que se quedan sentados en su silla cuando la fiesta baila, que gastan por zapatos una tarde de lluvia, que saludan con miedo, que de pronto una noche se deshacen, que cantan perseguidos por la risa, que abrazan, que importunan hasta quedarse solos, que retornan después a su tristeza igual que a su pañuelo y a su vaso de agua, que ven cómo se alejan las novias y los barcos, esos hombres manchados por las últimas horas de la ocasión perdida, me recuerdan a mí.
—- Luis García Montero
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Fue Erik Satie, y cualquiera que sepa que una cereza o un ladrillo roto es, para alguien que abra los ojos, como América para Colón, el que dijo que antes de componer una pieza caminaba muchas veces alrededor de ella acompañado por sí mismo.
Y en estas palabras caben siete acordes multiplicados por lo que deseen nuestros sentidos.
Y cabe, sobre los dedos que esto escriben, sobre ojos que esto leen, una nube de silencio que rompe como un huevo de avestruz sobre nuestras cabezas con tal de que gritemos, con tal de que demos la espalda a lo que dicen poetas, filósofos, músicos y sueños.
Sabiendo que haciendo eso nos estaremos dando la espalda, y el último adiós, a nosotros mismos. Salud, dirán.
Prefieres decir que en este blog todos los espacios entre párrafos son iguales, que no permite que pongas dobles espacios en tus palabras supuestamente poéticas…sí, mejor eso que mirar a la lluvia limpiando la ventana o una ola arrancando, en prime time, vidas de cuajo.
Prefieres poner el enlace que traicionarte, aunque la traición no empeoraría el resultado. La traición, en este caso, sería un tono distinto del mismo maquillaje para el mismo careto de insatisfacción.
Vaya, ya he mirado a la lluvia limpiando la ventana. No está mal, pero prefiero mirar mis dedos mientras escucho una canción monstruosa de Julio de la Rosa que no diré. Prefiero mirar tus sueños mientras escucho un Port O’Brien que se niega a cerrar los ojos.
Vaya, ya he mirado el terror nipón. Está mal. Muy mal. Tanto que da pudor mirar tanto daño. Ya se vio otros años lo que pasó en Indonesia y Chile. Pero aquí, en directo, se ven no sólo los temblores que resquebrajan suelos, se ve no sólo que Tokio está más que preparado para cosas así. Vemos que Japón, claro, no es sólo Tokio. Y que cuando la tierra encabrona al mar, hay poco que hacer, sólo imaginarse esa ola que, a 600 kilómetros por hora (sí, 600, como un avión, cuando está en alta mar), destroza lo que encuentra. Hemos visto como el mar se aleja de la costa como para tomar carrerilla, y como ataca luego. Sin piedad. Y eso, lo dicho, da pudor mirarlo desde casa e imaginar lo que le queda a esa gente. Otros países ya lo saben y lo sufren.
Prefiero poner el enlace y otra canción. Y acabar con este aliento invernal que acabará por llenar de vaho mi espejo. Hasta no reconocerme en él.
Es como aquellas películas sobrevaloradas, interesantes y vivas de Cassavetes, como esa escena de la discoteca donde la cámara tenía más prisa que nosotros pero que lograba captar, en uno de esos momentos mágicos, un pedacito, apenas unos gramos, de tristeza, de soledad. En blanco y negro.
Es como el vaso que rompí en tu casa. Dije que fue sin querer, pero lo hice con toda la intención del mundo. Quise romper ese vaso, quise saber como era ver tu suelo con cristales, hielo y whisky. Quise ver tu cara. Sobre todo eso: ver tu cara.
Como si no conociera tu cara.
Como si no supiera que cada uno de los milímetros de tu cara son como esos momentos mágicos de las películas de J.C.
Pero lo tiré. Me lamenté y ahora me lamento de haberme lamentado entonces y de no haber dicho que lo había tirado para verte. Que ese vaso roto era un experimento para confirmar lo que ya sabía: que eras bella en cualquiera circunstancia.
Como Hiroshima: para que sepan lo que ya saben.
Es, por supuesto, como lo que pasa con una pieza de jazz humeante: imposible de analizar lógicamente, pero digna de hablarse de ella durante horas.
Y es, en definitiva, como clavar una nota en la pared que diga: Soy un fracaso. Y mirar hasta la última huella de la tinta, como si mirase un Caravaggio, tratando de entender de qué pozo de genialidad sale esa cabeza muerta más viva que yo y esa luz, tratando de ser esa luz, de entender el mensaje: de ser el mensaje.
De ser el vaso roto, el plano de Cassavetes, el jazz.