No creía en el infierno, pero en el infierno estaba: constantemente.
No veáis contradicción en esto. Y si lo veis, tomadlo con hielo o con la mayor naturalidad porque así se lo tomaba él.
Él tampoco creía en las listas, por ejemplo, y las hacía constantemente: los mejores besos del cine iraní, los magnicidios más bellos de la historia, los mejores comienzos de las novelas escritas en código morse, los más coloridos vómitos de las noches de licor, las más sosas pesadillas del año, las pinceladas más azules de Turner, los suicidios más merecidos del mundo del rock, los días más perdidos de su vida de cuarenta y seis años, dos meses y trece días.
No creía, tampoco, en el poder de la literatura, pero leía y leía para curar su grotesco mundo moral. No creía en la venganza, pero babeaba de placer cada vez que pillaba al primo segundo del mosquito que le había picado con descaro en la muñeca de su brazo izquierdo. No creía en las propinas desde mucho antes de ver Reservoir Dogs, pero se las daba hasta al quiosquero.
No creía en el amor, pero amaba a la misma persona desde el quince de febrero de mil novecientos setenta y cinco, mientras las nubes le amenazaban con llover y su profesor de matemáticas con un suspenso precioso como siguiera mirando a la chica nueva de la tercera fila, sector Ventana, destino Su Corazón, la chica nueva de melena color café-de-su-padre-del-desayuno que no le dirigió la palabra durante todo el curso por mucho que él se acercara a ella, por mucho que se hiciera el gracioso en el patio para que ella dejara su libro de Enid Blyton para mirarle y sonreir, la chica solitaria del bolsito naranja a la que él quería acariciar esa melena siempre salvaje por mucho que ella tratara de domarla en mitad de clase, en mitad del pasillo o cuando volvía andando a su casa junto a su hermana mayor( que tenía el pelo mucho más corto y la cara mucho más fea), la chica con unos ojos tan grandes y tan bonitos que seguro que estaban en el Libro de los Record Guiness de la biblioteca del colegio aunque él no los encontrara nunca, la chica a la que se le ponía la cara color rosa-atardecer-visto-desde-el-balcón-de-la-casa-de-sus-abuelos cuando el profe de gimnasia le decía que era la más veloz de toda la clase, la chica que tenía a su derecha la ventana que a veces rozaba con su pelo, a la que no se cansó de mirar y amar durante todo el curso y toda su vida, a la que quiso tantas veces coger de la mano al salir del colegio y llevarla a la orilla más desconocida del río y explicarle lo que esconde la parte con más caudal según las historias navideñas de su tío o llevarla a escuchar en casa los primeros discos de Bowie de su hermanastro o lo que ella quisiera, la que se rascaba la pierna izquierda con el pie derecho mientras hacía restas dificilísimas, la que no quiso recibir la tarjeta de invitación a su cumpleaños ( y eso que iba a haber y hubo un montón de Coca-Cola), la chica a la que le escribió cartas de amor que se convirtieron en pelotas de baloncesto, a la que quiso besar en sus mejillas, en sus labios y en las huellas que hacía con sus zapatos negros, la chica que no le dijo adiós ni en el último día del curso, cuando se perdió, como siempre, con su hermana mayor, andando a su casa a ritmo lento, aunque a él le pareció que corría tan veloz como en las clases de gimnasia. Sólo deseaba decirle que le traería un recuerdo de París, que allí iría con sus padres.
La chica por la que se guardaron dos días de luto en el colegio el primer día de clase tras las vacaciones porque apareció ahogada en la parte del río donde él soñó llevarla y hacerla reir y tener miedo. La chica a la que sacaron hinchada del agua, con su melena más sucia que el café de su padre y con una foto de nuestro protagonista enamorado, arrancada del libro escolar, plastificada y guardada en el bolsito naranja que siempre llevaba puesto.
La chica por la que lloró esos días más que las nubes de aquel febrero, por la que no quiso volver a ese río por muy adulto que se hiciera, ni acariciar ninguna melena, ni invitar a nadie a escuchar música en casa, ni comprar nada de color naranja. La chica por la que nunca le quedará París, nunca, jamás. Ni soñarlo.
Pero dejémonos de historietas: lo importante es que estaba en el infierno pese a no creer en él, ¿no?
Pues eso.
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C.D.G
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Finalista semanal del Concurso Cuenta 140 de www.elcultural.es, con el tema de El Mando a Distancia:
Vendió el mando para tratar de distanciarse de tantas horas perdidas.
CDG ¡Qué bueno! Das el final al inicio pero sin marcarlo tanto como para que no nos demos cuenta, y luego a través de lo que sucede llegamos otra vez al final. Muy bueno, no es fácil. Me gusta mucho la cantidad de posibilidades que das, todas listadas.
Un abrazo, crack. Suerte para esta noche en 140.
Lo acabo de modificar un poco, creo que después de que mandaras tu comentario, que acabo de verlo.
Muchas gracias por tus halagos, como siempre.
Suerte a ti también, ¡que ese hombre tradicional de tu micro lo merece!