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Archive for octubre 2011

Incapaz el mundo de medir el prodigioso talento de esos chicos, se conformó con medir el tamaño de sus cabellos.

http://www.youtube.com/watch?v=G9hO25z1Fu8

http://www.youtube.com/watch?v=J6iAykoKLog

http://www.youtube.com/watch?v=Q4IXpebAlUo

http://www.youtube.com/watch?v=d1Y3PlmwnRM

http://www.youtube.com/watch?v=x4CzqrPZtXk

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-Recuperar el tiempo perdido y volver a disfrutar; eso tienes que hacer…

Así me lo dijo, con total convicción. Me entraron ganas de sacudirme la tierra, levantarme y decirle con todo el dolor de mis huesos que no hay nada que recuperar cuando te enterraron hace treinta años.

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C.D.G

Relato finalista y leído en concurso de microrrelatos de Radio Castellón, Cadena Ser.

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Imagen

Fotografía: Erwitt (1953)

Por fin en casa. Lo tumbó sobre la cama, lo abrazó, miró sus manitas, escuchó su respiración, bebió sus gestos y su calor  y le susurró  la primera lección de su vida:

Ninguna guerra es corta.

C.D.G

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– ¿ Sabes qué ? Mañana seremos sólo el recuerdo de alguien que no tiene memoria. Pero sonríe, que hoy hay 2 x 1 en nuestro bar de siempre.

Abraham Boba

( Por cierto, muchas gracias a Rebeca (Galatea), por su mención en forma de regalo en su entrada de ayer. No se espera nunca uno que hablen a veces bien de uno: http://efectopigmalion-galatea.blogspot.com/2011/10/resaca-y-premios-varios.html )

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Paquita, de 74 años, y Desiderio, de 96, no necesitaron caretas, ni pistolas, ni gritos, ni rehenes. Les bastó su aire cándido para que la cajera les perdonara los céntimos que les faltaba para comprar el kilo de tomates.

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Leído en antena en el concurso de microrrelatos de Hoy por Hoy Castellón.

(Imagen: fotograma de Mulholland Drive, David Lynch)

 

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-Merezco la pena -me dijo-. Pero solo la pena.

 

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Cuando encontró el interruptor y encendió la luz, se vio  solo por primera vez, sin una imagen que realzara su belleza ni una canción que acompañara a su mensaje.

Tembló ante tal novedad.

Quisiera decirle que se tranquilizara, que  siempre tendría a sus lectores, los que le leemos en diez segundos y le recordamos toda la vida.

Quisiera decirle que duele verle llorando los espacios en blanco que unen sus preciosas palabras como hilos de un collar que nunca sienta mal al cuello de nuestra imaginación.

Quisiera que me oyera, pero no me oyó: no soportó la soledad. Se asomó a su ventana, saltó y se estampó contra mi blog.

Breve e inolvidable, como siempre…

Quisiera decirle que la foto que  ahora le acompaña es la de nuestros ojos leyéndole. Y la música, la de sus propias palabras, milagrosamente vivas.

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Colaboración en una historia con varios puntos de vista. Mi parte del experimento: el papel de narrador tras haber leído cada una de las partes de la historia.
Partes que podéis leer (víctima, testigo, acusado, abogado) aquí mismo. Os lo recomiendo, que es gratis.
Cuatro estilos, cuatro imágenes, un mismo objetivo: contar algo; nada más.
Por mi parte ha sido un placer.
Pasen y lean:
 
 
 
 
 
                                 LA LLUVIA NO TIENE CORAZÓN
 
 
Bien es sabido que la lluvia no tiene corazón, pero se vale de su fuerza para morder, sin piedad, instantes de unas vidas. Que se lo pregunten si no a Roberto, que por la lluvia  tuvo que volver a casa y  se encontró en su cama el engaño en forma de espalda de gordo tatuado. Podría haber armado un escándalo en esa habitación, pero prefirió huir de la visión de la cara de su esposa. Si yo pudiera hablarle en ese momento le diría que de esas cosas no se huye, se muere, pero no me oiría: nadie escucha a un narrador hasta que escribe lo que quiere decir; y entonces ya es inútil. Lo que importa es que decidió arrancar el coche y perderse, quizás para despertar, en alguna curva, de la pesadilla que estaba viviendo. Salió de la ciudad pero no de su rabia. Ignoró los radares que le decían que a 140 hacía el ridículo, golpeó el volante, lloró, gritó, paró en una gasolinera, compró el whisky más barato, pegó seis tragos, ocho, veinte, se cagó en su ropa mojada y en su puta vida y volvió a entrar en la ciudad cegado e inconsciente: era un zombi al volante que sólo volvió a ser quien era tras el inevitable atropello del tercer semáforo de la avenida principal de la ciudad. Cuando frenó ya era tarde. Siempre llegaba tarde a todo, hasta para darse cuenta de que su frente se teñía de rojo y de que el cristal del piloto se había rajado, dejando entrar en el coche la lluvia, la maldita lluvia que le había mojado a Roberto su cuerpo y su existencia.
Notó el revuelo que se armó afuera y salió. A poco más de dos metros de su coche se retorcía el cuerpo boca abajo de una mujer. Se quejaba, se movía, trataba de ponerse los zapatos que habían aguantado su carrera desesperada para volver a casa, trataba de coger el bolso negro y colocarse el elegante traje beige que destacaba bajo el efecto de la lluvia y el asfalto, ignoraba a esas voces que le decían que no se moviera, que era peor, que pronto vendría la ambulancia. ¡Estoy bien!, gritó, tratando de ordenar su negro flequillo rebelde.
No, no estaba bien, tenía una pierna rota y los nervios desbordados. Pero logró darse la vuelta y mirar alrededor. Vio salir a Roberto del coche, ponerse las manos en la cabeza y llenarla de porqués: por qué ese tío en su cama, por qué su mujer con él, por qué esa chica atropellada, por qué, por qué, por qué.
Se arrodilló a su lado y ella le empujó como pudo. Fue entonces cuando creyó que aquella chica podría tener la edad de su mujer y cuando volvió su pensamiento, en un segundo eterno, a esa casa, a esa cama y a esa mierda que yacía en ella. Se levantó y se sentó en la parte abollada del coche. Una mano le dio un pañuelo y se lo pasó por la frente. Ya no había tanta sangre, pero el hedor a alcohol y a fracaso no había quien lo limpiara.
Ella lo miró desde el suelo y lo llamó desgraciado. Ese día prometía aplausos para Lucía. Le dio igual subir la persiana al despertar y ver las nubes que amenazaban  la ciudad. Ella se pondría aquel traje que tanto le costó comprar. Lo tenía decidido desde hacía días, cuando le citaron para aquel martes a las nueve de la mañana. Estaba convencida de que esa vez habría suerte: era el trabajo perfecto para ella. La noche anterior, como cada noche, salió a correr media hora por el barrio, luego cenó algo ligero, revisó todo lo que tenía que llevar en el bolso y se acostó para imaginar la entrevista, las posibles preguntas, sus respuestas, sus gestos, su amabilidad natural. Nerviosa pero esperanzada, se durmió. De la misma manera, despertó. Y esas nubes no le hicieron cambiar de opinión. Su madre le dijo bajo el quicio de la puerta que se llevara un paraguas o ese chubasquero que tanta suerte le dio en el examen de conducir. Ella besó su crucifijo y a su madre en la frente: Hoy no lloverá  y hoy no necesito suerte, porque hoy no puede salir nada mal.
Pero la lluvia no tiene corazón. Bien es sabido, he dicho, pero bien es olvidado. Y salió todo mal, ya lo saben. Lo sabes ustedes y lo sabía Milagros. Lo que no sepa ella…lo sabe su Dios. Ella vio aquel atropello, aquella mujer rodar como una pelota, aquel frenazo y aquel conductor aturdido. O sólo vio el resultado. Hay gente que asegura haber sido testigo en la televisión y en directo de cómo ese primer avión se estrelló contra una de las Torres Gemelas. Y eso no lo retransmitió nunca nadie en directo. ¿Cómo no vamos a entender a Milagros cuando un minuto cree que lo vio todo y al siguiente duda? Sólo tiene la certeza de que un paraguas casi le deja ciega y que ese incidente le hizo nombrar a Dios no en vano, sino escatológicamente. Si hubiera estado el párroco en su sitio, si ella hubiera esperado al día siguiente, si ella sólo creyera en el ser humano…Pero corrió y corrió y vio o no vio lo que allí pasó. Podría ejercer yo ahora de nuevo de narrador omnisciente y decir la verdad, pero la verdad a veces es tan aburrida como el trabajo de Fermín.
Quien encuentre apasionante la profesión de abogado, que pase un día con Fermín, que sólo ve interés en su trabajo cuando lo ve en la tele interpretado por algún actor de mandíbula perfecta y mirada matadora. Pasan los días por él como hojas de un calendario de recetas de cocina húngara y en su pensamiento sólo vaga el recuerdo de su loca juventud de motero vendida por la maldita carrera de Derecho que exigía su padre y, sobre todo, el de esa rubia inolvidable de ojos más azules y grandes que el cielo a la que quiso de repente en cuanto le abrió la puerta. Esa interrupción tan de película del marido no cambió la cosa. Ella, asustada, le pidió a Fermín que se fuera. Él, enamorado, dejó  sobre la cama más dinero del que ella pedía en sus tarifas. Nunca es caro el amor si se quiere de verdad. Y su moto le alejó de allí, sólo físicamente.
Y la lluvia, con su trabajo hecho, cesó. No quiso hacer acto de presencia el día del juicio: le pareció todo lo suficientemente patético como para volver a actuar.Además: no hacía falta. Si me piden que les cuente ahora el juicio, no lo haré. Si me piden que no lo cuente, tampoco. Porque aquí lo importante es la lluvia y sus actos, la lluvia y su poder, la lluvia y su falta de corazón…la lluvia, la única que siempre gana.
 
 
P.D: Volvió la lluvia a aparecer otro día, sobre otra gente, mordiendo hasta sangrar otras vidas. Pero esa es otra historia. Y será de otro narrador que tendrá otros lectores.
 
 
 
 

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Los comentarios cesaron cuando saqué la pistola. No hay nada como un arma en la mano para que todos se callen, para que todos te den la razón. Volví a decirles: no, no he roto yo el jarrón.

El aterrador silencio murió por un «bueno…» de mi inconsciente hermanito. No lo dudé. Me acerqué a él, apunté a su frente y disparé el chorro de agua más certero que recuerdo.

Ahora espero la condena llorando sobre mi cama.

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Concurso de microrrelatos- Radio Castellón, Hoy por Hoy.

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Sigue tocando la banda cuando dejo la plaza y me meto en el coche. Salgo del pueblo y lo veo, a sesenta por hora, iluminado de colores horteras y disfrazado de guirnaldas de otra década. No veo la silla de madera, ni la parte de atrás del escenario, ni el aseo del bar de tu padre, ni el portal de tus abuelos el día de procesión, ni el pozo de las afueras. Pero tengo demasiados besos dentro como para no recordarlos y maldecirlos. Demasiadas promesas.

Acelero.

¿Y ahora por qué me llamas? Ya no, ya es tarde. Ya estoy dejando tu mundo. Baila tú esa balada irresistible, llora tú esta noche de verano. Y déjame a mí vivir el fin de la canción a mi manera: a ciento quince, dando la espalda al pecho de la luna e inventándome de nuevo.

Letra y Música: Amaro Ferreiro

Leído mi relato El Pasadizo en La Esfera Cultural:

http://www.ivoox.com/pasadizo-carlos-diaz-gonzalez-audios-mp3_rf_837523_1.html

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