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Archive for diciembre 2011

Nadie miró hacia atrás y recordó unas manos, unos labios, unas miradas, unas palabras y alguna sombra. Sonrío sin parecer que sonreía y se acordó de otras cosas. Olió a libro y recordó lo mucho que disfrutó en 2011 con El hombre que amaba a los perros (Padura), con Pedro Páramo (Rulfo), con Punto Omega (DeLillo),  con Si te dicen que caí (Marsé),con Summertime (Coetzee), con Orlando (Woolf), con Ravelstein (Bellow), con En Un Lugar Solitario (Vila-Matas), con Informe sobre ciegos (Sabato), con la poesía de Baudelaire y Borges y Wolfe y De Cuenca y otras copas, con Nemesis ( Roth), con historias breves desparramadas en una pantalla de ordenador…Olió a libro tanto como olió a cine. Porque aunque el celuloide esté en las últimas, su olor sigue como nuevo ( simbolica o realmente) en The Artist, en Historias de Filadelfia, en Nader y Simin, en El Árbol de la Vida (salvo los últimos minutos), en Un Dios Salvaje, en Ginger y Fred, en Midnight in Paris y en aquellas que siempre están ahí, encantadas de abrirse ante sus ojos en mitad de un salón vacío.

Se acordó de las canciones que acompañó a sus historias, escritas o no. Se acordó de muchas fotografías.

Se acordó Nadie de que publicar algo es desechar otra cosa.

Y de que las campanadas no huelen a año nuevo, sino a uva atragantada.

Y brindó.

C.D.G

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Estoy tan feliz de morirme en unos días…demasiado he sufrido, demasiado me han vapuleado e insultado. Nadie me echará de menos cuando cierre los ojos porque nadie olvidará lo que hice cuando los tuve abiertos. Me voy. Entenderé que me incineréis con ganas: He sido un año muy, muy malo.

—-

(Concurso Radio Castellón, Cadena Ser)

C.D.G

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Cuando despertó, su ataúd seguía allí.

 

 

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SUEÑO 1

Quiero engañarme llamando a este microrrelato Sueño, pero es demasiado profundo el hueco entre palabras. Demasiado real ver

cómo

me

hundo.

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SUEÑO 2

Miras mis ojos cerrados, pero no sabes que aquí dentro te estoy comiendo, que sabes a pan bendito. Y que no habrá principe que me despierte.

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SUEÑO 3

Aquí eres mía, aquí ríes lo que digo, aquí mis piropos te sonrojan y admiras mis pensamientos. Aquí me amas.

Allí eres de él. Mierda.

SUEÑO 4

 

Dibujo de Lucian Freud.

Soñé que sólo tenía dos dedos. Desperté sudando. Pero al abrir mi mano, sonreí: allí seguían tus tres dedos, cortaditos, con buen color.

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Me han propuesto otra palabra ( Recuerdos ) para el reto nostálgico de los microrrelatos de 140 caracteres. Aquí va mi humilde respuesta:

Recordaba su tercer Oscar, su ascensión al Everest y otras mentiras, pero no el último beso que de verdad ella le dio.

Ni si había una Ella.

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Cuadro de Francis Bacon

………………………

Cuando todos mis versos empezaron a saberme a Big Mac, supe que algo estaba fallando. Decidí tirar el tintero sobre la mesa ( poeta maldito, darling), plantar las palmas de mis manos sobre ella y darme de bofetadas. Mi cara se llenó de tinta y mi habitación se quedó sorda con mi carcajada. Daría asco mi estampa, supongo. No puedo confirmarlo: dejé de usar – ¿lo sabías?- espejo en casa cuando entendí que verme que era un acto supremo de crueldad. Y la crueldad siempre es sincera: Y yo me cago, sin filtros, en la sinceridad.

Llené también mi camisa blanca de tinta. Parecía un Tàpies millonario, pero sin comprador. O sea: arte de vanguardia, de limosna en el callejón del MoMa. Super cool.

Me quité la camisa, me quité el pantalón, me rasqué mi tos,  me metí en la ducha. El agua se mezcló con esa sangre negra de historias fabulosas o anodinas. Me acordé de Marion Crane y añoré el cuchillo de Norman Bates. Pero a veces no basta con hacer a la perfección, como yo  hago, el ruidito de violines afilados de Bernard Herrmann.

Como nuevo estaba cuando me sequé, cuando me volví a vestir con otra de mis camisas blancas ( quince, según mi último inventario), cuando volví a mis versos con sabor a Big Mac. Los mordí de nuevo. Ahora sabían a ti. No sé si me preocupé o me empezó a doler la barriga, pero te llamé. Lo sabes.

«Mepillastrabajandonopuedohablarluegotellamoencuantollegueacasatengo

ganasdeverteunbesazopreciosoadiósadiós»

¿A que leído así suena a chiste? Suenas a chiste.

Tu voz, al apagarse, me supo a un Whopper. Me asomé al balcón, pero juraría por una cita de Mark Twain que fue el balcón el que se asomó a mí para ver mi luna acribillada. Y que alguien, en algún lugar, se metió hacía un rato en su ducha porque yo sabía a caviar. Ruso. Caro. Muy caro. Lo dice la etiqueta de mi piel.

Merezco un sueño de oro, que allí mis pensamientos siempre saben a beso y los versos son carne de hoguera. Nada más. Nada menos.

Y creo que eso es todo. Por lo demás, bien.

Cuando leas este e-mail estaré escuchando a Ligeti.

Porque siempre escucho a Ligeti.

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C.D.G

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Abrió el regalo, miró a sus padres y puso cara de asombro. Soltó una carcajada perfecta, dejó el paquete en el suelo y salió corriendo por toda la casa gritando de ilusión: ¡lo que quería! ¡lo que quería!
Sus padres, orgullosos, dejaron que siguiera explotando su felicidad por cada rincón de la vivienda.
El niño, por dentro, lloraba al saber que el sueño se había acabado la noche anterior, cuando por la rendija de su puerta, al oir ruidos, se enteró de todo y supo que no, que los reyes no son los padres como le habían dicho tantas veces en el patio del colegio. Que realmente son tres viejos vestidos de colorines y con olor a camello los que vienen desde muy lejos para llenar de alegría las casas. Ahora le tocaría disimular. ¿Hasta cuándo?
Qué chasco.
—–
C.D.G
Escrito con prisas y publicado hoy en la Esfera Cultural, dentro del concurso «La Otra Navidad»
 

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Por un momento pensé en dejar mi hotel, darle la mano a George Whitman y decirle sin mirar sus ojos color mar que soy un escritor sin suerte, que la humanidad se tapa la cara ante mi genialidad. Y que tengo hambre y ningún colchón. 

Por un momento imaginé su comprensión, sus platos sucios y unas palabras: «Vale, quédate. Pero ordena estos libros, barre este suelo y no me dirijas la palabra salvo que lo que digas vaya a alegrarme el día, que lo dudo».

Por un momento creí ver a Sylvia Beach, al perdido Joyce, al siempre encontrado Hemingway. Sabía que no fue allí donde ellos se escondieron. Sabía que la librería original estaba en la Calle Odeón. Pero sabía que ellos, muertos con sombra, estaban en aquella librería heredera asomados a algún lado, mirando con privilegio el cercano Notre Dame, el todavía más cercano Sena y mis ojos, grotescamente abiertos.

Pero no logré ver (creo) a George Whitman. Ni a su mano. Olí los libros viejos, respiré hondo y tiré unos versos vacíos en el pozo de los deseos que preside la librería.

Sigo esperando, gritando vivas a la Shakespeare and Company.

Y leyendo.

——

Ha fallecido George Whitman, fundador, en 1951, de Shakespeare and Company. La reabrió, junto a ese río-corazón que llaman el Sena, diez años después de que la original (Sylvia Beach) tuviera que cerrar la suya (cosas de la guerra o de no querer vender a un nazi el Finnegans Wake, que de leyendas vive el hombre). No Joyce, pero sí Ginsberg, aullando o no, se alojó en este nuevo emplazamiento. Y miles de viajeros con arte o morro.

El huraño George rozaba ya los cien años. 

El huraño George abraza ya la eternidad de los buenos libros.

 

 

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 600 microrrelatos. Un jurado hizo la poda y los dejó en 100.

El suyo seguía allí.

Pidió votos. Se los dieron. Conocidos y desconocidos votaron un relato breve y quizás cojo, pero votaron. Y él lo agradeció y sigue agradeciéndolo. Y de los 100 sólo quedaron 25.

Y el suyo seguía allí.

Y el jurado se volvió a reunir y decidió premiar a diez. Tres con dinerito fresco, uno con una noche de hotel, seis con una cachivache electrónico.

Y el suyo, oh sorpresa, estaba allí, en el segundo puesto, tímido, casi escondido, pero brillando con una luz que ni el autor cree que merecía.

Y mañana a las 6, le darán la recompensa por contar un pedazo de crisis con tonos de irrealidad. O sea:

Segundo premio en el concurso de Microrrelatos del Diario Información 2011.

http://www.diarioinformacion.com/cultura/2011/12/14/bruno-frances-gana-primer-concurso-microrrelatos-mujer/1200886.html

 

GRACIAS.

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El día anterior:

Desde que la crisis le mordió, cogía cada mañana del contenedor el periódico INFORMACIÓN del día anterior. Sólo así supo un sábado que le habían enterrado un viernes.

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C.D.G

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Gargamel era un tipo de costumbres. Cuando el director gritaba corten, se libraba de los zancos, se quitaba la careta, sacaba el whisky de su caravana y se perdía en el bosque con el resto de pitufos para volver a jugar al póker.

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C.D.G

 

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