Aquella mujer mayor que espera de pie en la parada del autobús. Hay un banco bajo la mampara y sitio de sobra, pero ella no se sienta.
Aquella mujer mayor que podríamos llamar anciana y que mira a todos los lados ( y hasta al cielo, si te fijas) aunque sepa que su autobús solo vendrá por la izquierda salvo que al volante esté un pirado. No lo descartes.
Aquella mujer mayor que un quinceañero emporrado llamaría vieja y que tiene calor, como todos, y que se abanica con lo que parece ser una estampita religiosa. La misma que lleva un bolso negro del que sobresale un periódico gratuito.
Cruzas la calle y te paras a su lado. Lo confirmas: en su mano lleva una estampita de una virgen pálida como un recién vomitado. No hace falta que le digas oiga ni que le des un par de golpecitos en el hombro: te mira porque mira todo lo que le rodea en busca de lo que le llevará a casa; eres, pues, parte de su campo visual.
Antes de que te espete qué le señalas el periódico y le dices que con él podría abanicarse mucho mejor. Se ríe como se ríen los ancianos de la juventud (cada ja es un no tienes ni puta idea, niño). Se ríe y se indigna a la vez y te replica que nada que ver. El aire que me da esta estampita es brisa divina. No sabes si ha querido ser ingeniosa o no, pero decides ladrarle y aclararle que acaba de soltar una gilipollez como un piano y que la brisa, señora, puede ser lo divina que usted quiera, pero da menos aire que el que daría el periódico del bolso o su propia mano agitándose junto a su cara.
Ella te mira a ti con pena y al autobús, que ya llega, con alivio. Se abre la puerta. Se cierra. Hay asientos libres y, ahora sí, se sienta. Sigue mirándote a través de la ventana. Seria como una piedra, como quien conoce la verdad. Toda la verdad.
Y tú cruzas la calle sin dejar de ver como ella se aleja todavía abanicándose, pero cuando todavía estás en mitad de la carretera, un Renault Megane verde del 2002 te atropella. Y el tiempo y el autobús se paran.
El horror a todo color y tu cuerpo sobre el asfalto.
De tu cuerpo sale de todo y del horror sale la mujer mayor, que besa la estampita y la tira con desgana sobre tu corazón dormido. Pero eso no lo ves; ni eso ni como ella regresa al autobús, saca el periódico del bolso y se abanica con las noticias que aún no hablan de ti y que llenan su rostro de un aire nuevo, de una brisa, digamos, maldita.
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C.D.G
Cuadro encontrado aquí:
No es que me den miedo las ancianas con estampitas de la virgen, pero claro, si te diriges a mí de esa forma, me atropella un vehículo, de mí sale la anciana, me arroja la estampita, y hace un calor que mata….pues….va a ser que la próxima vez que vea una igual… me hago la loca y ni la miro.
Y mira que soy aficionada a observar al resto de seres humanos en las colas, y en las esperas, porque siempre me parecen personajes dignos de novela, pero desde hoy he tomado una decisión ¡nada de abuelitas con estampitas!.
Tu tono narrativo me hacía esperar que ocurriera algo terrible, pero creía que le ocurriría a ella, ¡no a mi!. Me gusta cómo te diriges al lector. Le haces ser parte de la historia aunque no quiera.
Un beso. 😉
Buen relato, como suele ser habitual por esta casa.
Y maldito (—–) Puedes poner ahí lo que se te antoje, el individuo que se ha dado a la fuga tras atropellarle (y lanzarle a 22 m. del paso de cebra por el que estaba cruzando).¿En la Castellana ?
Un abrazo
¡Joder con la anciana, qué mala leche tenía! En adelante, cuando vea a una con una estampita, pies para qué os quiero. Me gustó la vuelta de tuerca final, inesperada.
Abrazos libres de estampaciones
Por qué le tira la estampita con desgana? Por qué ese aire malévolo? Vaya anciana. Me ha gustado tu bruja. Porque esa vieja desagradable y sin sentimientos tiene que ser una bruja. Es inquietante esa atmósfera que consigues alrededor de una publicación gratuita…
Como siempre: una experiencia única el visitarte.
Abrazo, Carlos.
¡Excelente pieza, CDG!
Con un uso impecable de un narrador en segunda, difícil a la vez que eficaz, el crescendo de la tensión del micro se mastica a medida que se lee. Una acción imperante que se hace con el lector desde la primera línea y que polariza sus sentimientos hacia los personajes.
Mis aplausos.
Un saludo,
CDG, todo tiene un porqué y nada de lo que se hace o se deja de hacer queda en balde, aunque lo parezca. Aquí, bien valdría eso de «no metas tus narices donde no te llaman, pues tendrás problemas», pues como se ha comprobado a nadie le agrada que le digan lo que tiene que hacer y más si con la vieja hemos «topao».
Me gustaría saber si esta vieja ha tenido algo que ver con el accidente o ha aprovechado el macabro accidente para devolverle la impertinencia al joven. En cualquier caso, cuidado con ella, es vengativa.
Como siempre has dibujado una escena con pincel de artista de alta escuela.
Un abrazo, crack.
Desconcertante, misterioso, lleno de preguntas sin respuestas: ¿no son acaso estos los ingredientes de un buen relato? A mí me lo parece, desde luego. Un abrazo hasta la próxima lectura CDG.
wow, no me esperaba ese final. me he acordado del vídeo de matt and kim, «leassons learned». genial relato, como siempre.
Como siempre, no seré original:
Muchas gracias a todos por comentar la jugada. Tomo nota.
Un abrazo.
Visualmente impactante. Es un texto que se vive y se palpa. Se ve a esa “anciana” y se nota a través de toda la narración que algo no es lo que parece, o es la tensión que consigues imprimir al relato. Buenísimo.
Besitos