Aprovecho el semáforo en rojo para mirar por los retrovisores. El de la izquierda, el de dentro, el de la derecha. Ya no me sigue. Ya puedo encender la radio, respirar, esperar a que se ponga en verde y acelerar.
Raúl, de INTERPRETA-SONES, me pidió algo difícil: una letra en inglés para que él compusiera la música y la cantara. En un tiempo récord (están los de Guinness investigando) lo ha hecho. En su página podréis disfrutar de sus múltiples talentos, sus recomendaciones y de detalles de la canción junto al vídeo de youtube que aquí también adjunto. Raúl ha elegido unas imágenes de Michael Langan que quedan muy bien con el tema.
Las letras para canciones (y menos sin conocer antes la música) no es lo mío. No hace falta que lo diga, pero las obviedades, a veces, vienen bien recordarlas.
Eva (La Zarzamora) me pidió una traducción de la letra que envié a Raúl. Aquí va, teniendo en cuenta que lo que es rima en inglés puede ser descalabro en español:
Esa mañana de sábado, como en todas las de Julio, el tiempo se derretía y ardía en cada poro sudado de mi piel. La ducha que me acababa de dar no bastaba. Encendí el ordenador, me perdí por el mundo sin moverme de la silla y sonó mi teléfono. Mientras hablaba y escuchaba, me puse un disco que hacía años que no cataba: Troubadour de J.J. Cale. Cuando la conversación terminó, seguía estando en Julio, seguí sudando y seguí escuchando, hasta el final, el disco de Cale. Luego volví a la ducha e imité bajo el agua el rasgueo de Travelin’ Light.
El día siguió. Me entró sed mientras leía a Julian Barnes. Vacié una botella de agua. Me entró hambre mientras veía la clasificación de la Fórmula Uno. Comí todo lo que me encontré.
En el sofá intenté dormir, pero en verano uno está a expensas de los lametazos del calor. Puse el aire y una película poco original pero con un Peter Mullan tremendo. Al acabar y suspirar, regresé a internet y mi paseo por el mundo me llevó hasta la noticia de la muerte de, sí, J.J Cale. Su infarto se lo llevó a otra parte y a mí al reino de la casualidad, donde, sin salir de mi asombro, volví a ponerme el Troubadour hasta darme cuenta, mientras me acunaba el piano de You Got Me On So Bad, de que el sábado del que hablo era hoy mismo, ahora mismo.
Paredes blancas, techos altos y un montón de máquinas, instrumentos musicales y señores trajeados.
Allí solo parecían tener corazón cuatro chavales que entraron allí temblando, pensando que estaban en un templo, y salieron sacudiendo al mundo entero, convencidos de que estaban en su casa.
Baila flamenco y canta el Nessun Dorma. Mientras los turistas cubren sus patitas con monedas, ella mira a su dueño, saca la lengua con sorna e imagina, bajo el sol Condal, la venganza que vendrá.
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C.D.G
Modificación de un microrrelato enviado a Los Dardos de las Microjustas, etc, etc.
Veinte volteretas después, accedió a presentarse, a enseñarme su casi mejor sonrisa y a invitarme a un café gracias al cual, mareado por tanta payasada aérea, llené su camisa blanca con un inolvidable cuadro abstracto.
Me agradeció el regalo con un rotundo aplauso en mi mejilla que ustedes, los no enamorados, llamarán tortazo.
La ciudad huye de mí sin mirarme a la cara. Lo hace cada día; ya ni tengo ganas de pensar mal, pero giro la cabeza (pura superstición sobre raíles) y me detengo en cada persona del vagón: en el hombre que duerme apoyado en el hombro de un desconocido que vive apoyado en su móvil , en la chica que repasa apuntes de Lingüística mientras solo escucha lo que escupen sus auriculares, en el niño que bordea el llanto porque su madre no le deja la PSP, en la pareja que comparte periódico y en el anciano que abandona un rato su libro de Cioran y me mira pensando lo mismo que yo: que nuestra vida viaja en todos los que alguna vez nos han escuchado desde el asiento de al lado.