Le pidió un segundo para hablar
y le tomó un mundo para callarse.
El sofá era ya un ataúd
y la primavera una marcha fúnebre
que nace en la sonrisa de un pétalo sátrapa
y muere en el picor de sus caricias de hierro.
Le pidió un segundo para hablar
y algo para mojar la pena.
Su mirada era ya un alud
que enterraba
todo lo que diera calor,
todo lo que diera vida.
Con eso mojó la pena,
con eso trató de mirar
– por la ventana o por los dedos-
algo nuevo.
Nada.
Y así hubo de acabar este poema:
bajo el manto de dos ojos
y un silencio del tamaño de un mundo
que babea y sangra y baila
entre las líneas ya escritas.
Ya es tarde para limpiar.
—
C.D.G
Fotografía: Dennis Hopper
esto es un adiós como dios manda, un adiós arrasador, irremediable, la infinita tristeza por la despedida de quien es despedido, del que se queda, quebrado, en el sofá-ataud. genial.
Has rescatado del archivo un poema triste y desgarrador.
«Un silencio del tamaño de un mundo» lo dice todo.
Beso!
Ufffffff, como si me hubieses leído la mente…
Besos desde el aire