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Archive for octubre 2014

 

Se ha despertado la vela del cuarto de al lado. Llega hasta aquí su olor, que dice más que su llama. Podría levantarme, ir hacia allá y mirar la vela que pellizca la oscuridad, la llama, el humo y a ella tumbada a su lado, tapada, como siempre, hasta la nariz, y mirando mi silueta bajo el quicio de la puerta. No me atrevo. 

Huele  y en su olor me habla. Me habla la vela y me habla ella. Quiere que me levante, que vaya hacia allá y haga lo que ya he contado: algunas intimidades dialogan con señales de humo. Pero no me atrevo. También he dicho eso ya. De repeticiones vive el hombre que no quiere repetirse. Y de ganas de levantarse sin levantarse. Y la vela se apagará y el olor se irá. Y yo contaré a los ingenuos que ayer me levanté y fui hacia allá y atravesé el quicio de su puerta. Y que los dos dejamos de mirarnos para mirar, a la vez y juntos, la llama que ya no habla, sino escucha.

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C.D.G

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Todos tenemos un talento. El mío es, primero, encontrarlo en los demás y, después, destrozarlo. No me pagan por ello, pero soy el mejor en la tarea que me asignaron hace ya quince años. Si renunciara a hacerlo me marchitaría como el tiempo que no pasa; me convertiría en un objeto olvidado de un callejón olvidado de una ciudad sin habitantes. Pero eso no sería lo peor: lo verdaderamente lamentable es imaginar un mundo lleno de talentos intactos, brillantes como una primavera, vírgenes de mi azote. Esos pintores que con dos vibrantes pinceladas revolucionan las mentes abotargadas. Esos poetas que en mitad de un soneto prenden la mecha que calienta almas en sombra. Esos zapateros que por obra y gracia de sus privilegiadas manos convierten el paso ciudadano en un camino sobre nubes. Esos mendigos que miran a los orondos transeúntes con una pena recién inventada y ya insuperable. Todos los que me reconocéis, que sabéis, al verme acercarme con paso firme, que mi misión es acabar con lo que os ha hecho admirables y que, sin embargo, me esperáis, me saludáis y accedéis con estoicismo a que haga de vosotros lo que yo sería si os dejara libres. Y hay miles de callejones esperando a que les quite el nombre.

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C.D.G

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Bostezan sus caricias sobre las ojeras de mi piel.

Y cualquier madrugada sabe de mí más que yo.

C.D.G

Fotografía: Cartier Bresson

 

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Ha ganado el suficiente dinero como para tirar una pared de su casa e instalar en su lugar una elegante chimenea inglesa, frente a la que lee clásicos que le aburren, fuma puros que le hacen toser y escribe cartas de desamor que no tirará al fuego que nunca hay, porque en su ciudad nunca hace tanto frío como para echar una pared abajo y mandar construir, en su sitio, una elegante chimenea frente a la que leer, fumar, escribir.

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C.D.G

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No hay narración.

Érase una vez, no.

Las imágenes que llegan a mis dedos

se van como han venido

pero con rasguños.

Y así las leo.

Y así, espero, las leeréis:

La lata de cerveza sangrando en un bordillo.

La caricia que arde un coño escondida en un emoticono.

Cristopher Hitchens desnudándome a Dios.

(Qué leches pinta aquí).

No hay narración.

Pero todo avanza.

Los pelos de la nuca cuando te acaban de cortar el pelo.

El telón que se cierra con un chiste sin gracia.

El reloj parado que solo engaña al que tiene prisa.

Todo avanza. 

Los personajes cambian.

El final de un concierto de mancos.

La tarjeta negra que nadie nos saca.

Unas llaves sin llavero ni puerta.

No hay narración.

Pero todo final cambia el principio.

El fuego que abre la carta que abre el invierno.

La invasión de los rusos.

Los que cerramos los ojos soñando

con un cuello que no llega a los labios

que no comen perdices.

 

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C.D.G

Fotografía: Rossellini e Ingmar Bergman durante el rodaje de Siempre te querré. 1954

 

 

 

 

 

 

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Detrás, otra puerta. Y detrás de ella, otra más. 

No estoy en un sueño. No estoy contando un sueño: nunca lo hecho y nunca lo haré. Tengo clase, cojones.

Y detrás, otra puerta. Y detrás de ella, otra más.

Todas son insulsas: marrones, discretas, de casa de familia de edificio de seis plantas construido en 1978. Y todas son reales.

Otra puerta más. Y la abro y me encuentro con otra.

Son de madera, claro. No sé si de roble, de pino. Ni idea. No sé de árboles, pero en tiempos llené muchos troncos con corazones dedicados a amores de dos horas.

La abro. Y delante de mí hay otra puerta.

Hay una mirilla en cada puerta a la altura de mis ojos. Y cuando miro por ella solo veo una puerta idéntica a la anterior. Claro.

Abro la puerta. Detrás, otra puerta.

Si alguno de vosotros se pregunta si hay timbre al lado, diré que no. Ni falta que hace. No cuesta abrir las puertas: cuesta saber cuántas llevo abiertas.

Detrás, otra puerta. Y detrás de ella, otra y otra más.

Las habitaciones que voy pasando son todas iguales. Un cuadrado de cuatro pasos míos por cuatro pasos míos. Suelo de parquet, paredes blancas. Nada.

Una puerta más: la abro. Detrás de ella, otra más.

¿Que cómo he llegado a la primera puerta? Abriendo la vuestra, claro.

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C.D.G

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Del miedo que tienen mis miedos nada diré.

Me acojo a la quinta copa y a su abrazo afilado.

Del truco que calla mi historia nada diré.

Me debo a la sangre que comparto con la barra.

Y a la hora de las agarradas te llamo:

de silencios es la balada que bailo

junto al bosquejo de otro día.

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C.D.G

Fotografía: Leon Levinstein

 

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Mi hermano, poco antes de largarse con la legionella, lamentó, en un ataque de vanidad, no merecer portadas de periódicos.

C.D.G

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La miraba a diario para encontrar la metáfora perfecta, pero solo aprendió a aullar.

C.D.G

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Ante la multitud de Núremberg hizo parar el desfile, apagar las antorchas y esconder las esvásticas. Bajó entonces las escaleras y lloró.

Dicen.

C.D.G

 

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