Se ha despertado la vela del cuarto de al lado. Llega hasta aquí su olor, que dice más que su llama. Podría levantarme, ir hacia allá y mirar la vela que pellizca la oscuridad, la llama, el humo y a ella tumbada a su lado, tapada, como siempre, hasta la nariz, y mirando mi silueta bajo el quicio de la puerta. No me atrevo.
Huele y en su olor me habla. Me habla la vela y me habla ella. Quiere que me levante, que vaya hacia allá y haga lo que ya he contado: algunas intimidades dialogan con señales de humo. Pero no me atrevo. También he dicho eso ya. De repeticiones vive el hombre que no quiere repetirse. Y de ganas de levantarse sin levantarse. Y la vela se apagará y el olor se irá. Y yo contaré a los ingenuos que ayer me levanté y fui hacia allá y atravesé el quicio de su puerta. Y que los dos dejamos de mirarnos para mirar, a la vez y juntos, la llama que ya no habla, sino escucha.
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C.D.G