A veces nos hablaba de la pereza del suelo. Al suelo le culpaba de dedicar mucho tiempo a bostezar y a llenarse de basura, pero ni un solo segundo a sacar fuerzas de sus raíces de cemento, arena o tiempo y empujarle hacia el cielo para desaparecer para siempre.
A veces se nos mostraba así de pesimista, así de deseoso de alejarse hasta convertirse en nube. Eso solía decir cuando se quejaba del suelo y su pereza. Nada solíamos decirle cuando lo hacía. Con los años habíamos jugado a aceptar esos momentos de turbia digresión; aunque, entre tragos y miradas a media asta, éramos un cóctel de preocupación, hastío y comprensión. Todos hemos dicho muchas veces lo de Tierra, trágame. Él quería que la tierra fuera una cama elástica, un muelle infalible. Él quería ser ave sin alas, nube sin algodón, pasado sin hoy. O no; o solo quería decirlo en voz alta para tratar de convencerse: él también jugaba a aceptar ese rol suyo de maldito de bar del Casco Viejo.
Y a veces, solo a veces, al suelo le da por cumplir deseos de barra de bar del Casco Viejo para que nosotros pasemos el resto de nuestra vida buscando, entre las nubes, a nuestro dichoso amigo.
—-
C.D.G