La culpa cocina horizontes
que se fríen al primer paso.
Inventa una estación sin nombre
pero con todos los apellidos del mundo.
La culpa plancha la camisa
que estrenaré en mi funeral.
Destroza un reloj sin manillas
pero con todos los segundos del mundo.
La culpa prefiere tocar de oído
las canciones que brotan
entre bares, barro y esclusas
y mueren en las calles
que no quieren tener aceras.
La culpa cabe en un trozo de papel
en manos de un analfabeto
que solo conoce mi verdad:
tengo los zapatos sucios.
C.D.G
Fotografía: Vivian Maier