Solo lo ha leído por encima, pero ya es suficiente. Dobla el periódico por la mitad y lo deja en el asiento de al lado. Frente a él tampoco hay nadie. Echa un rápido vistazo al vagón y puede contar hasta cuatro pasajeros; cinco con él. Pero sabe que en tres paradas se llenará.
Aprovecha el breve lapso de paz para mirar por la ventanilla el bostezo de la mañana, para cerrar los ojos y dejarse mecer por la rutinaria nana del tren en marcha, para imaginar qué palabras se esconden en el mensaje que está escribiendo el del 12b, para sacar su libreta de la chaqueta y tratar de escribir, y no escribir, algo definitivo sobre la inapelable fortaleza de lo que ocurre todos los días cuando nadie mira a nadie.