Los anónimos salen antes de que despertemos. Se sientan en nuestros portales, corretean por nuestras calles y ríen como muñecos a pilas. Y si se encuentran con uno de nosotros, disimulan su miedo, se inventan una identidad y esconden andando lo que quieren enterrar corriendo. Y, ya a salvo, siguen bailando con las farolas y cantando poemas que se deslizan sobre su alegría. Algunos lloran porque quieren un nombre, alguien que les reconozca al despertar y con el último bostezo. Pero son los menos.
Y cuando abrimos los ojos, subimos la persiana y echamos un vistazo a la ciudad, ya no están allí, pero sabemos que han estado. Las primeras horas de luz tienen el eco de sus últimos paseos bajo la oscuridad. Sin nombre han sido ellos mismos, sin nombre nos temen. Y algunos de nosotros, con nombre, apellidos e historia, queremos borrar todo lo que somos y salir a la calle siendo anónimos. Pero somos los menos.
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C.D.G
Fotografía: Roberto Michel
Yo me apunto a los menos…
Y los que busquen protagonismo, pobres, se hundirán en su propio apodo buscando la autoestima que tanto reivindican y tan pobres los hace.
😉
Un besazo, Carlos.
como ánimas extrañas no identificadas, ahí están, es verdad, cómodos, los más, en su tranquila y reposada intangibilidad. no es mal plan.
Guau Carlos. Después de leerlo, quedo debatiendome entre los Cronopios y Jim Morrison en «los Señores» (XLII – Metamorfosis: Un objeto es aislado de su nombre, hábitos, asociaciones. Separado se convierte solo en la cosa, en y por ella misma. Cuando esta desintegración en la pura existencia es alcanzada al final, el objeto es libre de convertirse sin fin en cualquier cosa), y no sé a que carta quedarme.
Con los menos sí, claro,
Abrazos.
Muchas gracias a todos.